
Creado:
8.02.2025 | 11:00
Actualizado:
8.02.2025 | 09:38
Según Renée Lugschitz, autora de Luchadoras en España. Mujeres extranjeras en la Guerra Civil española, se calcula que entre los cerca de 35.000 voluntarios foráneos que acudieron a prestar servicio en la contienda, de más de 50 países distintos, unas 700 eran mujeres. Si bien inicialmente se pudieron documentar solo cerca de 400 –lo que se explica, entre otros motivos, por el papel de subordinación al hombre que se les atribuía y, por tanto, a su falta de protagonismo–, cada día son más y más las que salen a la luz.
Una vida entera de sacrificio
Su papel continuó después de la guerra, pero en la sombra, lo que no facilitó la investigación para conocerlas más a fondo. Como cuenta Mercedes Yusta en Con armas frente a Franco: mujeres guerrilleras en la España de posguerra, estas eran apenas 100 de entre 6.000 efectivos, pero muchas más extranjeras extendieron su lucha al contexto de la II Guerra Mundial tras salir de España.
Mujeres en la Segunda Guerra Mundial, una perspectiva de género
Patricia González Gutiérrez
Así, Ingrid Strobl, en Partisanas. La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana (1936-1945), da cuenta de las numerosas mujeres que empuñaron el revólver en la lucha antinazi liderada por Tito en Yugoslavia, por ejemplo, y retrata asimismo a otras que saltaron de conflicto en conflicto.
La firme creencia de que uno puede ser útil en una guerra ajena solo puede estar sustentada en el idealismo o, por el contrario, en intereses personales, entre los que destaca el trabajo mercenario supeditado a la contraprestación económica. Pero la exaltación de la ideología como motor suele haber calado en la memoria colectiva de mano de una figura masculina.
Miembros de la Asociación Internacional de Artistas junto a la ambulancia que pudieron comprar vendiendo pinturas, antes de que esta partiera hacia la España en guerra. Foto: Getty.
Por ejemplo, son famosas las declaraciones del escritor George Orwell, que combatió en la guerra de España –así se la llamó fuera– encuadrado en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista): “Me voy a España a matar fascistas porque alguien tiene que hacerlo”. Pero de ellas ¿quién se acuerda?
El escritor y periodista George Orwell frente a un micrófono de la BBC. Foto: Getty.
Sanitarias en el frente
Quizá el papel más conocido de las mujeres en general en la Guerra Civil sea el de las labores de auxilio sanitario, ya que solían compaginar esta tarea con otras aunque no fuera su especialidad. Particularmente destaca el de las enfermeras, aunque muchas extranjeras fueron conductoras de ambulancia, farmacéuticas, técnicas de laboratorio, radiólogas, matronas o asistentas sociales en los conocidos como Cuerpos de Sanidad.
Muchas de ellas llegaron con la Legión Cóndor, la fuerza de intervención que el Tercer Reich envió en ayuda de Franco. Las dos de la imagen portan la Medalla de la Campaña 1936-1939, condecoración militar española otorgada entre los años 1938 y 1939 por el gobierno franquista. Foto: Alamy.
Sobresalen varias, de distintas nacionalidades, algunas extrañas para el gran público. Su papel como profesionales independientes fue clave en la relación con la muerte y la vida e hizo que en la posguerra sufrieran una de las mayores persecuciones políticas por parte del franquismo.
Especialmente represaliadas fueron las matronas, lo que suele desconocerse. Dolores Ruiz- Berdún, experta en el trabajo de estas en la época, relata con detalle a qué tipo de castigos y sanciones se vieron sometidas tras la guerra: obligación de delatar, inhabilitación, condenas de hasta 30 años de prisión…
La más destacada de las comadronas foráneas fue sin duda Edith Mary Pye. Esta londinense, nacida en 1876, fue directora del Royal College of Midwives de Reino Unido, sirvió en la I Guerra Mundial (se la condecoró con la Legión de Honor), más tarde en España y después en la II Guerra Mundial. Tuvo un papel muy activo tanto en la Comisión Internacional para la Asistencia de Niños Refugiados como en la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.
La inglesa Edith Mary Pye (1876- 1965), que ha pasado a la historia por sus esfuerzos de ayuda internacional como partera. Fue presidenta del British Midwives Institute<< y en 1907 se convirtió en la superintendente de enfermeras del distrito de Londres. Foto: Royal College of Obstetricians ang Gynaecologists.
Otras sanitarias no tuvieron la suerte de llegar al final de la guerra y se vieron directamente involucradas en episodios de combate. Bien documentados están los casos de la alemana Augusta Marx y de la francesa Georgette Kokoczinski, alias Mimosa. Esta última era una bailarina clásica de renombre, de ascendencia polaca. Llegó a Barcelona para la Olimpiada Popular, alistándose luego en la Columna Durriti como enfermera por su firme ideología antifascista (era pareja del líder libertario Ferdinand Fortin). De Augusta sabemos que nació en Núremberg el 4 de abril de 1916, con lo que apenas contaba 20 años cuando llegó a España, y que pertenecía al Grupo Internacional Anarquista. A las dos, su final les esperaba en el frente.
En octubre de 1936, la Columna Durruti pugnaba por hacerse con Perdiguera y Farlete, entre Zaragoza y Sariñena. Los franquistas se habían visto muy reforzados en el frente central aragonés, con el comandante Santiago Amado a la cabeza. Enseguida tomaron las trincheras de Durruti, pero al rescate acudieron los internacionales. Los republicanos se rehicieron, pero en un sucesivo avance de los sublevados, más al norte, el coronel Galera se unió a Amado con fuerzas moras que los atacaron en Leciñena, según cuenta El ejemplo de la Columna Durruti, de Eladio Romero García.
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La batalla se saldó con más de 100 muertos del POUM. El contraataque de los republicanos, apoyado por aire, fue un desastre. A pesar de que los rebeldes tuvieron que esforzarse a fondo, un reducido grupo internacional quedó aislado en un pajar. En él estaban estas dos mujeres, de quienes hablan ambos bandos.
Muertas en combate
De la matanza en el pajar de las enfermeras Augusta Marx y Georgette Kokoczinski da el testimonio más detallado el famoso escritor libertario italiano Bruno Salvadori, alias Antoine Giménez (1910-1982), que en su obra Los Hijos de la Noche cuenta como anexo con el propio diario de la francesa Georgette, Le journal du Mimosa.
En busca de los Hijos de la Noche recoge los recuerdos de la Guerra Civil de Antoine Giménez. Foto: ASC.
De Augusta y Mimosa, Antoine relata: “Nos precipitamos a las troneras. Creí volverme loco; cerré los ojos sintiendo que el estómago me saltaba a la boca. Tenía ganas de vomitar. Allá abajo, entre el polvo, dos cuerpos yacían ensangrentados; con el vientre abierto, los intestinos salían por la herida abierta y se extendían por el suelo. [Las enfermeras] estaban desnudas y todavía vivían…”.
Asimismo, con ellas murieron, al menos, otras dos milicianas francesas –encontradas armadas, por lo que eran combatientes y no solo sanitarias–, Suzanne Girbe y Juliette Baudard, que, como tantas otras mujeres, acudieron a la lucha junto a sus parejas sentimentales, Louis Recoulis y Roger Baudard.
Es, precisamente, por ese papel subordinado tan frecuente, como decíamos, que apenas podemos saber nada de ellas. Suzanne era una destacada y jovencísima luchadora de clase obrera, involucrada en la militancia proletaria, a la que se nombra incluso en el Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier français, de Jean Maitro; y de Juliette apenas nada se sabe. Las mismas fuentes y muchas otras creen que se debe a que usaba un nombre en clave como brigadista que pudo ser el de Marthe.
Palomas de guerra
También hay que recordar a dos de las figuras de las que habla Paul Preston en Palomas de guerra: cinco mujeres marcadas por el enfrentamiento bélico. La primera es la conocida como “la enfermera de Franco”, la inefable inglesa Priscilla Scott-Ellis, hija del octavo barón Howard de Walden y enfermera voluntaria en el bando franquista. Al tiempo que sirvió como intérprete y enlace de los monárquicos en España, dijo de Franco que era un “hombrecillo con la forma y el tamaño de una pelota de tenis”. Priscilla se casaría en 1945 con el aristócrata y periodista José Luis de Vilallonga.
No menos interesante es la figura de la otra ‘paloma’ británica, la gran Nan Green, comunista y militante del Partido Laborista, casada con el músico George Green, también voluntario, y nacida en 1904. Se incorporó en 1937 a la guerra como asistente médica y fue clave en la ayuda a los exiliados que partían rumbo a México. De ella solo recordaremos aquí lo mucho que perdió en una guerra de un país que no era el suyo.
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Como ella misma dijo: “Mientras estuve en España vi a mi marido pocas veces, pero sí antes de que muriera. Lo habían herido (…) y estaba en el hospital. Cuando supo que las Brigadas iban a volver a casa, pidió que le dieran el alta para terminar la batalla con ellos. Me gusta creer que murió lleno de confianza, creo que es una buena forma de morir (…). Estaba haciendo lo que creía que debía hacer y esperaba que la República saliera victoriosa”. Tras la guerra, Nan continuó trabajando en el Movimiento Mundial por la Paz y divulgando sus memorias.
La filósofa francesa Simone Weil (1909- 1943) posó para esta foto en 1936, durante la Guerra Civil española, cuando estaba en la Columna Durruti. Foto: Álbum.
Mucho menos conocidas son las australianas Agnes Hodgson y Mary Low. Nacida en 1906, Hodgson estuvo en España hasta finales de 1937. Especializada en pediatría, esta enfermera (y también periodista) nos dejó un diario completísimo de su viaje desde Sidney hasta Barcelona a finales de 1936, al que luego añadió una descripción con todo lujo de detalles de su experiencia en el frente. Su final fue controvertido, porque otra brigadista australiana notable, Mary Lowson, la expulsó de su entorno tras acusarla de colaboracionismo.
No debemos confundir a esta Mary Lowson con Mary Low, que, aunque nació en el Reino Unido en 1912, era asimismo de ascendencia australiana. Se educó en Suiza y Francia y se casó con el mítico militante cubano Juan Ramón Breá (1905- 1941), perteneciente a la Columna Internacional Lenin del POUM. Low trabajó como traductora y organizó las oficinas de este partido político desde julio de 1936.
Contar lo que se ha visto
La cultura fue otro gran reducto de procedencia de las mujeres extranjeras participantes en la Guerra Civil española: traductoras, periodistas, fotógrafas (como la mítica Gerda Taro), escritoras… Todas con un afán informador y decididamente dispuestas a que trascendiera aquello de lo que eran testigos, sin dudar incluso en jugarse la vida por contarlo. En muchos casos, se unía como motivación adicional la ideología, pero no en todos.
Gerda Taro (en la imagen con su pareja, el fotógrafo Endre Ernöő Friedmann) es considerada la primera fotoperiodista que cubrió un frente de guerra y, como tal, la primera en fallecer en activo (en julio de 1937, durante el repliegue republicano tras la Batalla de Brunete). Foto: Getty.
Tampoco actuaría por afinidad ideológica con la izquierda la duquesa de Atholl, Katharine Stewart-Murray (Edimburgo, 1874-1960). Dedicada a la política, consiguió un escaño en 1923 y fue la primera mujer con cargo ministerial en un gobierno británico conservador. Sin embargo, se declaró una abierta antifranquista y organizó una campaña para tratar de convencer al pueblo inglés de que había que intervenir en España ante la amenaza fascista, que esperaba ver llegar a Gran Bretaña (como, de hecho, sucedió).
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En otro orden de cosas, la actividad como informante de Auguste ‘Gusti’ Jirku no acabaría bien. Nacida en 1892 en la actual Ucrania, de su biografía se conocen muy pocos datos, pero se sabe que pasó su juventud en Austria, que llegó a España en 1937 y que sirvió como asistente sanitaria en las Brigadas Internacionales.
Fue además traductora, periodista –colaboró en importantes cabeceras europeas y americanas–, escritora… y espía: trabajó para la inteligencia soviética entre 1933 y 1944. Adscrita luego al centro del KGB en San Francisco, su nombre en clave era Klara. El Proyecto Venona (una colaboración entre el MI6 y EE. UU. para descifrar mensajes de oficiales rusos en suelo americano) la descubrió en la ciudad californiana como informante soviética activa, lo que supuso el final de su trayectoria secreta.
Gusti Jirku en el frente de la Guerra Civil española. Foto: Wikimedia Commons.
Por su parte, la austríaca Katja Landau, que estuvo en España más o menos al mismo tiempo que ‘Gusti’, fue una gran propagandista al servicio de la revolución de la mujer: escribió folletos sobre homosexualidad, amor libre… Asociada al POUM junto a su marido, Kurt Landau, ambos cayeron en la purga de junio de 1937. Él ‘desapareció’ y ella fue puesta en libertad por las autoridades republicanas y expulsada de España. Se exilió en Francia y, luego, en México.
Clave en labores de traducción y enlace fue la rusopolaca Sofia Borzecki, alias Sofia Mach, nacida en 1893. Casada con otro luchador, Laurez Mach, deportado al campo de Dachau más adelante, trabajó como intérprete de ruso hasta que los sublevados la atraparon en Brunete. Condenada a muerte, la pena le fue conmutada por 20 años de prisión; su pista se pierde en Saturraran.
Conocida como “la cárcel de los horrores”, fue una prisión central para mujeres entre 1938 y 1944. Había sido un gran hotel en los años 20, pero cuando perdió fuelle lo adquirió la iglesia como seminario, y luego lo cedería. Más de 4.000 reclusas pasaron por sus celdas en el municipio de Motrico, en la bahía de Ondarroa, y se sabe que allí murieron al menos 116 mujeres y 57 niños. Además, fue un lugar de captación de hijos de presas para darlos en adopción ilegalmente con la excusa de considerarlos “débiles mentales”.
Sobre estas líneas, una vista de la prisión central para mujeres de Saturraran, en Motrico, donde probablemente falleció Sofia Mach. Foto: ASC.
El final de Sofía Mach fue, probablemente, el de una de aquellas mujeres; el de muchas que sirvieron a una causa que hicieron suya porque lo era: la de la libertad. Como cuenta Niall Binns en La llamada de España: escritores extranjeros en la Guerra Civil, aquellas mujeres entendieron e intuyeron que servían a un ideal que podía, paradójicamente, abrir la puerta al fascismo en Europa –atónitas ante el apoyo germanoitaliano al bando de Franco y el abandono de la República por parte de las potencias democráticas–, pero que su papel, fuera cual fuera su final personal, sería determinante para el futuro del continente y quizá de todo el mundo. Cuánta razón tenían.
Fuente:
Autor: juancastroviejo