
<div class="ue-c-article__media-caption-inner"><span class="ue-c-article__media-description">Munuera Montero, rodeado de jugadores del Madrid</span></div>
Hace mucho tiempo, todo esto era campo. Y se bajaban tres tipos de un Supermirafiori y ejecutaban con relativa solvencia el mismo trabajo para el que hoy se necesitan ocho personas, entre los cuatro individuos de la sala VOR, el cuarto árbitro y el trío de marras. El fútbol tenía 17 reglas, sin circulares ni anexos ni actualizaciones trimestrales. Y no existían términos tan idiotas como “jugada residual”, “ataque prometedor” o “hacerse grande” que pare que parecen sacados del prospecto de un influencer. Todo el mundo comprendía perfectamente el juego y su naturaleza. El reglamento era una especie de manual del usuario que se aprendía jugando en el colegio, en las plazas o bajo los soportales y que regía hasta que los afortunados que llegaban a la élite se retiraban del fútbol. El mismo reglamento. Desde el patio del recreo hasta Maracaná.Por supuesto que nuestros tipos del Supermirafiori se equivocaban. Tanto o más que los de ahora. Con aquellas barrigas y el trote cochinero en sus peores años. Los había buenos, malos y muy malos. Pero entendíamos lo que se estaba pitando, lo que estaba pasando en el campo. Y cada cual sacaba su conclusión. Desde que el árbitro estaba comprado hasta que, simplemente, no lo había visto. Que el árbitro está comprado puede seguir pensándose ahora. De hecho es una teoría muy en boga. Gracias, Negreira. Lo de que no lo han visto… no cuela. Claro que lo ven. Las veces que sea necesario. Gracias o por culpa del VAR. Y es justo la perversión en el uso de esta herramienta la que está acabando con la presunción de inocencia de los árbitros —es increíble que no vean según qué cosas— y con la naturaleza del juego. Un futbolista que no actúe bajo los cánones del VAR —brazos pegados, fuerza justa y otras robotizaciones— queda incapacitado.Una afición perplejaY al fondo, muy al fondo, estamos los aficionados. No sabemos lo que se pita. Con los del Supermirafiori, sí. Con los Cantalejos, no. Lo que hoy es penalti porque un jugador “se ha hecho grande” (toma ya) el domingo que viene no lo es. Una roja por una falta tras un “ataque prometedor” (ahí va otra) puede no ser tan prometedor dentro de una semana y quedarse en “jugada residual” (seguimos para bingo).El margen de justicia y de perfección que se ha querido buscar con el VAR es muy discutible. Para algunas cosas está bien y para otras, no. La justicia percibida no es mucho mayor que cuando se pitaba a ojo porque hay fallos incomprensibles y porque el error arbitral va a existir siempre.De lo que no hay duda es de que ha traído más caos, más sospechas, más confusión y de que perjudica a la naturaleza del fútbol como juego. En definitiva, una mierda.Este contenido es exclusivo para los usuarios registrados
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Autor: ROBERTO PALOMAR