
Desde la antigüedad, la soberbia ha sido considerada un defecto humano, pero ahora la neurociencia tiene algo que decir al respecto. Las personas más arrogantes no son las más seguras de sí mismas, sino las que tienen una percepción distorsionada de su propia valía. Investigaciones recientes han identificado qué ocurre en el cerebro de quienes se creen por encima de los demás y por qué esta actitud puede tener efectos negativos en la salud, el trabajo y las relaciones personales. La ilusión de superioridad: cuando el cerebro engaña © iStock. Todos, en algún momento, hemos sentido que somos mejores en algo que la mayoría, aunque la estadística diga lo contrario. Un estudio demostró que el 80% de los conductores cree manejar mejor que el promedio, lo cual es matemáticamente imposible. Este fenómeno es conocido como ilusión de superioridad, un sesgo cognitivo estudiado por la neurocientífica Makiko Yamada. Su investigación reveló que esta percepción se origina en la conexión entre la corteza frontal y el estriado, dos regiones del cerebro involucradas en la percepción del yo y la recompensa. 🔹 Las personas con baja autoestima tienen una hiperactividad en esta conexión, lo que las hace sentirse inferiores o caer en depresión.
🔹 Por el contrario, cuando esta vía está menos activa, es más fácil que alguien se crea superior, incluso sin fundamentos reales. Cuando la arrogancia esconde un problema en el cerebro © iStock. Mientras la ilusión de superioridad es un sesgo natural en los humanos, la soberbia extrema podría estar relacionada con un defecto cerebral real. Un estudio de la Universidad Libre de Berlín analizó a individuos con trastorno de personalidad narcisista mediante escáneres cerebrales y encontró que tenían menos sustancia gris en la ínsula anterior izquierda, una región clave para la empatía y la autoconciencia. Los resultados mostraron que los individuos con arrogancia patológica tenían: 🔹 Menos neuronas en la corteza insular cingulada, encargada de la toma de decisiones.
🔹 Deficiencias en la corteza prefrontal, lo que afectaba su capacidad de reflexionar sobre sus propias emociones y las de los demás. Esto explicaría por qué las personas extremadamente vanidosas parecen desconectadas de la realidad emocional de quienes los rodean y por qué, cuando no reciben la admiración que esperan, reaccionan con ira o agresividad. El precio de la soberbia: salud, trabajo y relaciones La arrogancia no solo genera rechazo social, sino que afecta seriamente la salud. Los estudios han demostrado que las personas con actitudes soberbias sufren mayor estrés, tienen la presión arterial más alta y están en mayor riesgo de problemas cardiovasculares. En el ámbito laboral, la soberbia también puede ser una receta para el fracaso. Investigaciones de la Universidad de Akron (EE.UU.) revelaron que: 🔹 Cuanto más arrogante es un jefe o un empleado, menor es su productividad y capacidad de liderazgo.
🔹 La verdadera clave del éxito en el trabajo es la humildad, ya que las personas modestas tienden a ser más inteligentes y adaptables. ¿Por qué algunos no pueden dejar de fanfarronear? © iStock. ¿Conoces a alguien que no puede evitar presumir de sus logros, incluso cuando no se le pregunta? Un estudio de la Universidad de Harvard descubrió que compartir información sobre uno mismo activa en el cerebro las mismas áreas de placer que la comida o el sexo. 🔹 Presumir genera una sensación de recompensa tan intensa que el cerebro prefiere alardear antes que recibir dinero.
🔹 Las redes sociales amplifican este efecto, convirtiéndose en una plataforma ideal para alimentar el ego. La clave está en el equilibrio Si bien la ilusión de superioridad puede tener un propósito evolutivo, la arrogancia descontrolada es un síntoma de una autoestima frágil y un problema en el funcionamiento del cerebro. Entonces, la próxima vez que veas a alguien alardeando de su grandeza, tal vez no sea porque realmente se siente superior, sino porque su cerebro necesita reafirmarse para ocultar una inseguridad profunda. ¿Estamos rodeados de arrogantes… o de personas que, en el fondo, se sienten insignificantes?
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Autor: Martín Nicolás Parolari