
Publicado por
Christian Pérez
Redactor especializado en divulgación científica e histórica
Creado:
27.03.2025 | 17:36
Actualizado:
27.03.2025 | 17:36
El término "gladiador" evoca imágenes de sudor, acero y arena, de luchas a vida o muerte en escenarios colosales como el Anfiteatro Flavio, conocido hoy como el Coliseo. Pero detrás de esa imagen épica se esconde una historia mucho más compleja, que no comienza con emperadores ni con multitudes enfervorizadas, sino con un funeral, una promesa y un combate simbólico en un mercado de ganado. Muy lejos del espectáculo, el origen de los gladiadores está profundamente ligado al culto a los muertos, al ritual, y más adelante, a la política romana en su forma más cruda y espectacular.
En el año 264 a. C., Roma no era aún el imperio que dominaría el Mediterráneo, pero ya daba forma a muchos de los símbolos que la identificarían durante siglos. Uno de ellos, precisamente, fue el combate de gladiadores. Todo comenzó cuando los hijos de Junio Bruto Pera decidieron rendir homenaje a su padre recientemente fallecido organizando un enfrentamiento entre tres parejas de esclavos. Aquella escena, que tuvo lugar en el foro Boario, fue el primer combate gladiatorio documentado en la historia de Roma. No era un acto de entretenimiento. Era un sacrificio. Un ritual sangriento destinado a acompañar al difunto en su viaje al más allá y a satisfacer a los dioses infernales.
Sin embargo, lo que comenzó como un acto ritual pronto fue adoptado por la élite romana como una herramienta de poder. La aristocracia entendió que, con la muerte de otros, podía afianzar su posición entre los vivos. Los munera, como se conocía a estos combates, pasaron a ser una demostración de generosidad pública, un acto de prestigio con el que los candidatos a cargos políticos buscaban el favor del pueblo. Y así, el combate en la arena se fue convirtiendo en una de las principales formas de comunicación política en la República romana.
El gladiador, originalmente una figura marginal, acabó convertido en un icono. No solo combatía con la espada: también encarnaba valores como el coraje, la resistencia o el sacrificio. La popularidad de estos luchadores creció tanto que su figura trascendió la arena y se instaló en la literatura, la poesía, los grafitis y hasta en los amuletos. A pesar de su estatus social —eran esclavos, prisioneros o criminales—, muchos fueron admirados, venerados e incluso idolatrados. Y algunos lograron comprar su libertad y alcanzar la gloria.
Con el paso del tiempo, los munera se institucionalizaron, pasaron al control de los emperadores y alcanzaron una dimensión descomunal. El espectáculo desplazó al rito, y la política sustituyó a la religión. Pero el rastro de ese origen fúnebre nunca desapareció del todo. Bajo cada combate, por muy teatral que fuera, seguía latiendo la sombra de la muerte, el recuerdo de aquel primer funeral donde todo comenzó.
Y es precisamente esa historia, la del nacimiento y evolución de los gladiadores, la que protagoniza el siguiente capítulo. Un relato fascinante que explora cómo el combate ritual se transformó en uno de los espectáculos más sangrientos de la historia. Te dejamos en exclusiva con uno de los capítulos del libro Gladiadores, coordinado por Manuel P. Villatoro y publicado por la editorial Pinolia.
El combate a muerte que marcó el inicio del espectáculo más sangriento de Roma: este es el verdadero origen de los gladiadores romanos
Gladiador: una palabra marcada a fuego en la sociedad europea, escrito por José Manuel Sánchez
El latín es la madre de las llamadas lenguas romances. Es la fundación de varios idiomas de enorme trascendencia como el español, que comparten casi quinientos millones de personas en todo el mundo. De ahí que, hoy en día, en nuestro acervo lingüístico se empleen muchas expresiones cuyos orígenes etimológicos se remontan a la Roma clásica, a hace 2500 años. Su esencia perdura en palabras como «día», «fuego», «padre», «salud» o «viento». Pero estos son solo unos pocos ejemplos, ya que también ese vínculo con el pasado lo podemos percibir en un término que evoca una gran carga visual cada vez que se pronuncia: gladiador.
Si lo pensamos, son solo nueve letras en español, pero que albergan una gran historia detrás. Es cierto que ya no goza de la popularidad de la época clásica. No hay que olvidar que las palabras evolucionan. El idioma es un ente vivo que está en constante evolución, y que se adapta a los cambios socioculturales de cada momento. Sería extraño que la generación Z, es decir, los nacidos entre finales de la década de 1990 y mediados del 2010, hablaran como sus abuelos. Hoy en día les sale usar chill, GOAT, fam o vibe en sus conversaciones… para asombro de sus padres.
Así que sucede lo mismo con «gladiador». Apenas le damos uso, aunque en la cultura popular actual todavía tiene una importante vigencia. ¿De qué otra manera, si no, podemos calificar a muchos de los luchadores de múltiples espectáculos que se dan de mamporros dentro de un cuadrilátero? Empero, si nos retrotraemos hacia la antigua Roma, ser gladiador en aquellos momentos era algo más que una persona que participaba en un combate a vida o muerte. Debajo de aquellos temibles cascos había arrojo, fuerza, pundonor y, en muchas ocasiones, incluso una lucha permanente por hallar su libertad.
Y en esa búsqueda se empleaba todo tipo de armas. Entre esos instrumentos principales, cómo no, las espadas. Pesadas y afiladas cuchillas que rasgaban la carne como auténtica mantequilla y que, en latín, tienen su propia palabra: gladius. Así se denominó al diseño arquetípico de los romanos que ha pasado a la posterioridad. Y, en efecto, y como una de sus claves para entender su introducción en sus filas militares, hay que hacerse eco de la declinación de gladiator, que proviene, probablemente, de este término cuyo significado es «espada». Con el paso del tiempo se convirtió en la palabra que definiría a aquellos luchadores que se enfrentaban entre sí en arenas y anfiteatros durante la Roma clásica para gozo de la plebe. Una de las teorías más extendidas entre los historiadores y académicos de la lengua es que su origen etimológico se remonta hasta el siglo VI a. C. Fue una época de grandes cambios y de acontecimientos significativos en varias partes del mundo conocido, tales como Grecia, Persia y Oriente Medio. Otras investigaciones apuntan, sin embargo, que «gladiador» tiene un parentesco directo con las antiguas lenguas celtas.
Y tiene sentido, puesto que se cree que gladius, de origen en realidad incierto, es un préstamo de la cultura celta. Otras teorías también extendidas consideran que deriva de la palabra protocelta kladios, que significa espada, por lo que probablemente tenga una relación directa con la raíz indoeuropea kladi. Como curiosidad, es posible que esta raíz evolucionara en distintas ramas lingüísticas, originando el vocablo gladius. Esta voz también dio paso a gladio («espadaña»), según la Real Academia de la Lengua Española. Tanto es así que hubo una expresión, ad gladium, que significa «al poder de la espada» y que se empleaba para expresar un argumento basado en la fuerza para imponer una idea.
En sus primeros años de desarrollo, según algunas referencias históricas, el ejército romano no tenía una espada que pudiera considerarse como propia y diferencial. Al principio, de hecho, se incluyó en sus equipos un arma corta fabricada en hierro que, por lo general, medía entre 45 y 60 centímetros y que portaron los hoplitas de la Antigua Grecia. Se llamaba xiphos y sirvió a Roma durante al menos dos siglos. Pero eso fue hasta que quedó anticuada y optaron por el mortífero gladius.
Desde los funerales romanos hasta la cultura popular actual, la figura del gladiador ha recorrido siglos de historia. Foto: Istock
Roma copió a Hispania
Diversas fuentes históricas como Tito Livio han subrayado la capacidad de los romanos a la hora de copiar las armas y las técnicas de sus enemigos. Durante la Segunda Guerra Púnica, que finalizó en el año 201 a. C., los soldados quisieron dar un paso adelante en sus formaciones militares. Para ello, trabajaron para encontrar métodos más eficientes que les permitieran sacar ventaja en los ataques en distancias cortas. En lugar de desarrollar un utensilio de elaboración propia, se fijaron en una espada que estaba siendo muy utilizada por los mercenarios celtíberos en Hispania (la actual península ibérica), aunque en algunos relatos atribuidos al historiador griego Polibio se especula con que la adopción de este tipo de arma se produjo incluso antes de este conflicto. Se trataba, pues, del gladius hispaniensis.
Era un arma corta, de unos sesenta centímetros de longitud, de hoja recta y ancha, con doble filo, y muy ligera, según algunos restos arqueológicos localizados de la época romana. Se usaba en enfrentamientos de cuerpo a cuerpo, y presentaba un manejo ágil. De hecho, su diseño permitía a los soldados atacar con gran rapidez al arremeter a los enemigos con estocadas múltiples.
El prototipo del gladius hispaniensis fue, según investigaciones, una espada celtibérica. Su origen, a su vez, se encuentra en la espada de la cultura La Tene I celta, que sufrió modificaciones en la península ibérica durante el final del siglo IV a. C.
Algunas teorías sostienen que, hacia el final de la Segunda Guerra Púnica, el ejército romano pudo adoptar este revolucionario diseño para sus espadas, y que junto con el pilum y los escudos formó parte del kit de guerra de los legionarios romanos a partir del siglo III a. C. y hasta el siglo III. Así, esta arma cobró un enorme protagonismo durante las siguientes conquistas romanas. Aunque el gladius se convirtió en la herramienta básica de los legionarios, a decir verdad sufrió algunas modificaciones y evoluciones a lo largo del tiempo, introduciéndose en los grandes espectáculos gladiatorios.
Fue Décimo Junio Bruto Esceva quien organizó, según los relatos del historiador romano Gayo Suetonio, el primer combate en el Foro del mercado de animales de Roma, llamado foro Boario, al lado del río Tíber. Era entonces el año 264 a. C. Este acontecimiento coincidió con la primera fase de la Primera Guerra Púnica de la República Romana contra Cartago y se produjo cuando este político y militar romano solicitó la presencia de tres parejas de gladiadores para luchar hasta la muerte con el objetivo de honrar a Bruto Pera, su padre, que acababa de morir.
En Hispania, sin embargo, el primer combate de gladiadores se organizó en el 206 a. C. por Cornelio Escipión el Africano como ofrenda a su padre y a su tío, aunque uno de los principales impulsores fue Julio César, que extendió el «pan y circo» como camino para promulgarse como líder supremo de los romanos. Tiempo después, en el año 310 a. C., se disputaron los primeros juegos, a tenor de las palabras del magnánimo historiador Tito Livio.
La influencia de los luchadores en la cultura fue inmensa durante la época, reflejándose, incluso, en algunos poemas. Marco Valerio Marcial, poeta romano de origen hispano fallecido en 104 a los 64 años, llegó a escribir, por ejemplo, varios epigramas en los que menciona a los gladiadores y donde emplea un lenguaje bélico que todavía perdura en las crónicas deportivas.
La introducción en la cultura romana de los gladiadores propició un incremento del interés por este tipo de encarnizadas luchas, pero con el paso del tiempo fue desapareciendo. En concreto, el emperador Constantino mostró su rechazo hacia este espectáculo que había despertado el interés del público de masas durante épocas anteriores. Era el siglo IV y, con el auge del cristianismo, una religión con una moral más crítica hacia la violencia desmedida, se fue perdiendo el interés de los aficionados. ¿Se prohibió? ¿Fue el final de uno de los eventos más impresionantes que ha dejado una huella infinita en la cultura universal? Nada más lejos de la realidad: se mantuvo durante unos cuantos años más, pero los combates se percibían ya de otro modo a ojos de los ciudadanos.
Aunque los espectáculos desaparecieron hace más de 1.500 años, el legado de los gladiadores aún vive en nuestras palabras y símbolos. Foto: Istock / Christian Pérez
El final de una era
El término «gladiador» se siguió empleando para referirse a los luchadores hasta que, en el año 404, se produjo un punto de inflexión en su historia. Así las cosas, Flavio Honorio Augusto, emperador del Imperio romano de Occidente desde el año 395 hasta su muerte, decidió cortar por lo sano, prohibiendo estos sanguinarios juegos. La medida se produjo, según la tradición cristiana, a raíz de la muerte de un monje llamado Telémaco, quien murió a manos de una turba de aficionados cuando protestaba por la abolición de los combates. Este ocaso es uno de los temas más interesantes de este especial y que firma el historiador Juan Antonio Jiménez.
Con la caída del Imperio romano se pasó a una situación en la que el espectáculo estaba mal visto socialmente. Pero a pesar de la desaparición de los espectáculos, el vocablo gladiador ha continuado en el imaginario colectivo de distintos territorios. A medida que la sociedad adoptaba el cristianismo fue cayendo en desuso, entrando en la Edad Media con otros aires. Este concepto de gladiadores ha perdurado, sin embargo, en la memoria cultural después de este periodo. En el siglo XVIII, el término se recuperó en la literatura y la historiografía, especialmente en obras que buscaban revivir y describir la cultura de la antigua Roma. Autores como Edward Gibbon, en su obra Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, mencionaron a los gladiadores en el contexto de la vida y las costumbres romanas.
Hallazgo histórico en Francia: arqueólogos creen haber descubierto el canal perdido del tío de Julio César, clave en la conquista de la Galia hace 2.100 años
Recuperación de un término en desuso
Célebre es la épica narración del escritor italiano Raffaello Giovagnoli, quien en su mayor obra, Espartaco, que se ganó rápidamente el afecto de los lectores, salió en el siglo XIX al rescate de la esencia del espectáculo gladiatorio. Esta novela histórica fue muy popular en la sociedad de la época hasta el punto que se llegó a traducir al alemán, francés, castellano o hebreo. El libro, que cuenta las vivencias de un esclavo de origen tracio, permitió que muchas personas descubrieran de nuevo la figura de los gladiadores romanos y tuvieran un mayor conocimiento.
El término ha evolucionado desde entonces hacia un enfoque más mundano y alejado del apogeo de los combatientes. Se emplea a menudo en nuestros días para referirse a los deportistas que transmiten carácter, que tienen pundonor y no se amilanan ante la adversidad. Nos vienen a la cabeza muchos nombres, entre ellos, el tenista Rafael Nadal, que ha logrado importantes gestas para el deporte español. O una figura reciente como Ilia Topuria, un luchador español de origen georgiano que ha conquistado la meca de la UFC, el mayor espectáculo de artes marciales mixtas.
En la actualidad, la connotación de «gladiador» como un luchador con espada ha pasado a emplearse de manera mucho más metafórica. Ha evolucionado desde sus raíces etimológicas y su cometido dentro de la sociedad romana. Su evolución semántica demuestra la capacidad de las palabras para crecer y adaptarse. En otros idiomas tiene la misma raíz (gladiateur, en francés; gladiator en alemán o gladiatore en italiano) y se sigue empleando en pleno XXI incluso en portada de periódicos. De hecho, su significado original a lo largo de la historia ha cambiado hasta ganar otras acepciones dentro de la cultura popular.
Fuente:
Autor: christianperez