
La historia del pensamiento humano está marcada por grandes descubrimientos… pero también por profundas heridas al ego colectivo. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, no solo estudió la mente humana, sino también cómo la humanidad ha sido obligada —una y otra vez— a aceptar verdades que la incomodan. En su ensayo Una dificultad del psicoanálisis, Freud identificó tres grandes humillaciones históricas que transformaron la forma en que nos vemos a nosotros mismos. © Shutterstock. Primera humillación: Ya no somos el centro del universo La primera gran herida vino desde el cielo. Hasta el siglo XVI, la mayoría de las culturas creía que la Tierra era el centro del universo. Todo giraba en torno a nosotros. Sin embargo, Nicolás Copérnico desafió esta idea con su revolución heliocéntrica, demostrando que la Tierra gira alrededor del Sol, y no al revés. Este descubrimiento no solo sacudió los cimientos de la astronomía, sino también el orgullo humano. Freud lo calificó como la primera humillación cósmica: el día en que dejamos de ser el centro de todo para convertirnos en una pequeña parte del universo, orbitando junto a miles de otros cuerpos celestes.
Segunda humillación: No fuimos creados a imagen y semejanza La segunda gran afrenta al ego llegó con Charles Darwin y su teoría de la evolución por selección natural. En el siglo XIX, Darwin explicó que el ser humano no fue creado de forma especial, sino que es producto de millones de años de evolución, igual que cualquier otro ser vivo.
Su teoría dejó claro que descendemos de antepasados comunes con los animales, lo que representó un golpe para la visión religiosa y antropocéntrica dominante hasta ese momento. Para Freud, esta fue la segunda gran humillación: el descubrimiento de que no somos el pináculo aislado de la creación, sino simplemente una rama más en el árbol de la vida.
Tercera humillación: No controlamos ni nuestra propia mente La tercera herida fue, quizás, la más íntima. Fue el propio Freud quien formuló la teoría del inconsciente, mostrando que gran parte de nuestros pensamientos, deseos y decisiones no son conscientes. Es decir, no tenemos pleno control sobre nuestra mente.
Freud argumentó que somos impulsados por fuerzas ocultas, impulsos reprimidos, emociones soterradas y recuerdos olvidados que influyen en nuestro comportamiento diario. Este descubrimiento minó la idea de que somos seres puramente racionales y dueños absolutos de nuestra voluntad.
Para Freud, esta fue la humillación más profunda: descubrir que ni siquiera somos soberanos de nosotros mismos, que la razón y la conciencia son solo una parte de un aparato mental mucho más complejo y desconocido. Un llamado a la humildad © iStock. Estas tres humillaciones —la cósmica, la biológica y la psíquica— no fueron solo revoluciones científicas. Representaron fracturas en la autoestima colectiva de la humanidad. Nos obligaron a reconocer que no somos únicos, ni centrales, ni completamente racionales.
Lejos de ser un gesto pesimista, Freud veía en estas verdades una oportunidad para alcanzar una visión más madura de nosotros mismos. Aceptar que somos parte de un todo más amplio —y no los protagonistas exclusivos del cosmos— es, quizás, el primer paso para entendernos mejor… y convivir con menos arrogancia.
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Autor: Martín Nicolás Parolari