
<span class="image__caption">Los gladiadores no solo luchaban por su vida, también por su libertad, su honor… y, a veces, por la fama. Foto: Istock / Christian Pérez</span>
Publicado por
Christian Pérez
Redactor especializado en divulgación científica e histórica
Creado:
6.04.2025 | 17:08
Actualizado:
6.04.2025 | 17:09
Durante siglos, los gladiadores han vivido atrapados entre la realidad y el mito. Desde los grabados antiguos hasta las grandes superproducciones de Hollywood, su figura ha sido moldeada una y otra vez por la imaginación colectiva. Pero ¿quiénes fueron realmente? ¿Qué había detrás de los cascos brillantes, los escudos enormes y las luchas a vida o muerte bajo el sol romano? ¿Fueron héroes, víctimas, símbolos de poder… o todo eso a la vez?
Estas son las preguntas que trata de responder el libro Gladiadores, que versa sobre La historia de los luchadores romanos a través de ocho siglos de poder, religión y muerte en la arena, una obra coral coordinada por el periodista especializado en Historia Manuel P. Villatoro y publicada por la editorial Pinolia. El ensayo reúne a una decena de expertos —arqueólogos, historiadores, filólogos y divulgadores— que abordan el fenómeno de los gladiadores desde todos los ángulos posibles: su origen ritual, su uso político, sus clases de armamento, el papel de las mujeres, la medicina gladiatoria, los mitos del cine o incluso su relación con el ascenso del cristianismo. El resultado es una visión tan poliédrica como fascinante de una de las instituciones más emblemáticas (y deformadas) del mundo romano.
En conversación con Muy Interesante, Villatoro desgrana los principales hallazgos y enfoques del libro. Y lo hace con honestidad intelectual y pasión divulgativa, dos ingredientes poco comunes y muy necesarios. Ni siquiera los romanos sabían con certeza de dónde venía la gladiatura, afirma, aludiendo al desconcierto que ya en la Antigüedad generaba este fenómeno. ¿Etruria? ¿Campania? ¿Grecia? No hay una única raíz. Lo que sí está claro, explica, es que los primeros combates, realizados en contextos funerarios, estaban cargados de simbolismo: dos esclavos o prisioneros enfrentados a muerte para honrar al difunto. Con el tiempo, esta práctica ritual derivó en espectáculo de masas y, más tarde, en propaganda de Estado.
Uno de los grandes logros del libro es visibilizar aspectos poco explorados por el gran público. Por ejemplo, la presencia de mujeres en la arena, que si bien no fue habitual, sí existió y fue suficientemente controvertida como para quedar registrada en la legislación imperial. O el papel de los médicos especializados, capaces de salvar gladiadores con tripas colgando o de aplicar masajes para mantener el tono muscular. O las técnicas con las que eran entrenados, clasificándolos no solo por sus armas sino por sus habilidades físicas y psicológicas.
Villatoro también desmitifica muchos de los tópicos que han calado en la cultura popular. Los combates no solían ser a muerte —entrenar un gladiador era caro—, y la célebre frase “Ave, César, los que van a morir te saludan” no era habitual entre ellos, sino un caso aislado protagonizado por condenados a muerte antes de una naumaquia. Tampoco eran musculosos al estilo moderno, sino robustos y pesados: comían sobre todo cebada, y sus cuerpos eran pura funcionalidad, no escultura.
El libro pone igualmente el foco en el trasfondo ideológico de los munera, esos juegos de gladiadores que tanto alimentaron la propaganda imperial. Emperadores como Augusto, Trajano o incluso el temido Cómodo usaron los espectáculos para consolidar su poder o congraciarse con el pueblo. Pan y circo, sí, pero también dominio simbólico, donde el Imperio se reafirmaba ante sus súbditos cada vez que un hombre caía en la arena.
Y si hay una figura que sobresale entre todas, esa es la de Espartaco. Villatoro lo reconoce sin ambages: su historia es la más potente, la más inspiradora y la más trágica. Un esclavo convertido en líder de una revuelta colosal que hizo temblar los cimientos de la República. Su fracaso y su muerte marcaron el precio de desafiar al poder en la Roma antigua, y su leyenda ha sobrevivido siglos.
Gladiadores no es solo un libro sobre combates: es una lección magistral sobre cómo el poder construye símbolos, sobre cómo la muerte se convierte en espectáculo, y sobre cómo la historia necesita ser contada con rigor, sin perder el pulso narrativo. Y esa es, quizá, su mayor virtud.
Más allá de la violencia, los gladiadores representaban virtudes romanas como el coraje, la resistencia y el sacrificio. Foto: Istock / Christian Pérez
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Pregunta. Los combates de gladiadores tienen raíces en rituales funerarios etruscos y en prácticas de otras civilizaciones antiguas. ¿Hasta qué punto podemos afirmar que estos ritos eran un sacrificio simbólico o realmente implicaban muerte real?
Respuesta. Una pregunta muy interesante sin una respuesta clara. El catedrático de Arqueología Fernando Quesada arranca con una frase muy descriptiva el capítulo del libro en el que analiza este tema: ni los propios romanos sabían cuál era el origen de la gladiatura. Según las fuentes, pudo haber sido alumbrada en Etruria, Campania o Grecia. Es difícil saberlo. Y otro tanto sucede con la finalidad de los ritos funerarios etruscos de los que, en palabras de algunos cronistas como Suetonio, Nicolás de Damasco o Tertuliano, beben estos espectáculos. El historiador Federico Romero, que también participa en este ensayo, explica que, desde el siglo VIII, se ofrecían en esta región a los fallecidos más notables combates a muerte entre dos jóvenes esclavos o prisioneros de guerra. Honrar de este modo a los fallecidos de alta cuna era algo habitual en el Mediterráneo, de hecho. Eso es lo que tenemos claro. Responder de forma taxativa si estas batallas eran a muerte o no es otra historia.
P. Se habla de la presencia de mujeres en la arena. ¿Hasta qué punto eran aceptados por la sociedad romana y qué fuentes nos confirman su existencia?
R. Su presencia en la arena fue bastante controvertida. Juvenal, el poeta del siglo II d. C., criticó en sus textos a 'las mujeres equipadas con casco que abominan de su sexo'. Pero sí, existieron. La doctora en Humanidades Marina Segovia Vara recorre los vestigios que lo demuestran en su artículo. Uno de los más llamativos es un relieve hallado en Bodrum, Turquía, que representa a dos figuras femeninas, posiblemente gladiadoras, en pleno combate. Debajo se grabaron sus nombres artísticos: Amazona y Aquilea. Dión Casio, por su parte, reconoció en sus escritos la presencia de luchadoras etíopes en la época de Nerón. La legislación también sirve para separar el mito de la realidad. Septimio Severo, en el 200 d. C., prohibió que las mujeres participaran en toda clase de espectáculos; eso implica que, hasta entonces, era una práctica palpable. Lo que sí es cierto es que solían pertenecer a las clases más bajas de la sociedad y que su presencia en las batallas no era habitual.
P. La vida en las escuelas de gladiadores era extremadamente dura. ¿Había alguna posibilidad real de ascenso social para un gladiador o la mayoría estaba condenada a una vida breve en la arena?
R. Desde luego que tenían una dura existencia. José Luis Hernández Garvi explica que la vida cotidiana en el ludus apenas se distingue de la que podía llevar una persona encerrada en una prisión. Tras un largo día de entrenamiento, los gladiadores vivían en celdas carentes de todo lujo. Los castigos físicos eran habituales y las faltas graves se pagaban con la muerte. A cambio, eso sí, tenían comida y techo asegurado. El estatus social es un tema que ha analizado el historiador Francisco José Gómez Fernández, y no puede ser más interesante. En la práctica, los gladiadores eran considerados como seres al margen de la sociedad y se hallaban en el escalón más bajo de esta. Sus vidas y sus cuerpos eran cosificados incluso más allá de la muerte. En contra de lo que suele pensar, su buen desempeño en la arena les podía granjear riquezas o la libertad. El luchador Escípulo, por ejemplo, era tan querido por Nerón que este le regaló tantas casas y tierras como a sus generales victoriosos.
P. En los espectáculos romanos no solo luchaban gladiadores, sino que también se organizaban cacerías con animales salvajes. ¿Qué propósito tenía realmente esta práctica en la mentalidad romana más allá del mero entretenimiento?
R. No voy a negar que es uno de mis capítulos favoritos. En él, la doctora en Arqueología Clásica María Engracia Muñoz-Santos desgrana los secretos de las venationes, que era como se llamaban estas cacerías que se celebraban en la arena. Aunque también incluyeron peleas entre bestias y exhibiciones de animales exóticos. La profesora explica que era la forma que tenían los romanos de 'celebrar el dominio absoluto de hombres y naturaleza de los países que se iban conquistando e incorporando al Imperio'. Al mismo tiempo, los asistentes pudieron disfrutar de una jornada de adrenalina, sangre y violencia. El primero de estos espectáculos se desarrolló en el año 186 a. C. e incluyó una lucha entre leones y panteras. Tito Livio narró que ambas fueron atadas juntas al aire libre y que, tras liberarse, arrancó el combate. A partir de entonces, la lista de animales que pasaron por la arena no tiene fin: rinocerontes, elefantes, avestruces… Muchas de ellas morían. Se sabe, por ejemplo, que durante la inauguración del Coliseo se acabó con la vida de unas 5.000 en una sola venatio.
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Christian Pérez
P. La cultura popular ha deformado la historia real de los gladiadores. ¿Qué mitos han quedado arraigados en el imaginario colectivo y qué tan alejados están de la verdad histórica?
R. ¿Cuánto tiempo tenemos? Hay muchísimos mitos sobre los gladiadores que el cine nos ha grabado a fuego. Los combates no solían ser a muerte; Lógico, si consideramos lo caro que era entrenarles y mantenerles. Cuando caían derrotados, el público podía pedir un perdón que el organizador de los juegos solía refrendar. Tampoco dijeron aquello de '¡Ave César, los que van a morir te saludan!'; esta frase solo se pronunció una vez, y por condenados a muerte que iban a participar en una naumaquia o batalla naval. Los luchadores tampoco eran chicos musculosos. Al alimentarse de cereales y legumbres, sus cuerpos eran muy grandes y fuertes. Además, solían estar llenos de cicatrices por el continuo entrenamiento y las peleas sobre la arena. Por último, aunque podríamos estar así horas, las espadas no tenían la capacidad de seccionar cabezas y brazos, como suele mostrarse en las películas.
A menudo olvidados como personas, muchos gladiadores fueron esclavos, prisioneros de guerra… y leyendas. Foto: Istock / Christian Pérez
P. No todos los gladiadores eran iguales, existían diferentes clases de luchadores con armamentos y técnicas específicas. ¿Qué factores determinaban que un gladiador fuera entrenado como retiarius, murmillo o tracio?
R. Depende de la época; Hay que tener en cuenta que esta práctica se extendió durante siglos. En principio, lo normal era que los gladiadores, la mayoría prisioneros de guerra capturados en diferentes regiones del viejo continente, lucharan tal y como lo habían hecho en sus pueblos de origen. Pero, con el paso de los años, todo se perfeccionó. En el libro, Hernández Garvi explica que el proceso arrancaba con la llegada de los aspirantes a la escuela. Allí fueron sometidos a un examen meticuloso. Para probar sus capacidades, debían arremeter contra uno de los magistri, los profesores del ludus. Los novatos que no superaban la prueba pasaban a engrosar las filas de los gregarii, grupos de gladiadores con escasa preparación que atacaban en masa. Si superaban esta criba, blandían armas ligeras y pesadas para determinar en qué clase encajaban mejor. En este proceso se tenían en cuenta su técnica, su agilidad, su valor, su agresividad y sus reflejos. Después, entrenaban por separado.
P. Los emperadores utilizaron los espectáculos de la arena como una herramienta política. ¿Cómo influyeron los combates en la propaganda imperial y en la consolidación del poder?
R. El periodista Alberto de Frutos lo explica en su capítulo del libro: aunque se ha extendido lo contrario, no todos los emperadores estimularon el 'pan y el circo' con la misma intensidad. Con todo, es cierto que la mayoría optó por alinearse con la voluntad del pueblo e impulsar los munera, y eso les granjeó muchos réditos a nivel propagandístico. ¡Hasta Cómodo saltaba a la arena para combatir a sabiendas de que eso le hacía más popular!
P. A pesar de la brutalidad de la arena, los gladiadores contaban con atención médica especializada. ¿Qué técnicas empleaban los médicos de la época para tratar sus heridas y qué tan avanzadas eran?
R. Este es uno de los temas más desconocidos del ensayo, y lo trata con la verdadera maestría Alfonso Mañas. El doctor en Historia Antigua, con tesis en gladiatura, explica que los lanistas contrataban a los mejores médicos del imperio; Lógico, ya que mantener a un gladiador suponía una gran inversión, y no querían perderla. Los doctores actuaron en dos ámbitos diferentes: el ludus y el anfiteatro. En el primer enclave, los cuidados consistían en la preservación general de la salud de los combatientes mediante hábitos de vida saludables, alimentación específica y la atención de afecciones y traumatismos propios de un lugar de entrenamiento. Un ejemplo es que se valían de masajes para ayudar a la recuperación de los músculos. De los tratamientos sobre la arena se sabe menos, aunque Mañas señala, por ejemplo, que el afamado Galeno salvó la vida a un gladiador al que se salían las tripas tras un combate. El artículo es muy revelador e invita a los lectores a detenerse en él, porque también explica los diferentes instrumentos quirúrgicos y las heridas más habituales.
P. Se dice que el declive de los combates de gladiadores estuvo relacionado con la llegada del cristianismo. ¿Fue realmente la religión cristiana la que acabó con ellos o hubo otros factores políticos y económicos?
R. Muy buena pregunta que resuelve en este libro el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Barcelona Juan Antonio Jiménez Sánchez. La desaparición de los combates de gladiadores no fue consecuencia directa de la llegada del cristianismo. Todo se debió a un cóctel de factores económicos y sociales. La culpa de que este mito se haya extendido la tiene la historia del monje Telémaco. Muchos autores sostienen que el asesinato de este personaje en el Coliseo en el año 404 llevó a Honorio a prohibir los munera, pero la realidad es que no. No es más que una falacia. La realidad es que los juegos ya estaban en declive desde el siglo III debido a su alto costo. A finales del IV los cuestores, encargados de su financiación, apostaron por espectáculos más baratos. Además, la clausura de escuelas imperiales de gladiadores en el 399 reduce todavía más su popularidad.
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P. A lo largo de la historia, algunos gladiadores se convirtieron en figuras icónicas y leyendas. ¿Qué gladiador histórico tuvo el mayor impacto en la sociedad de su tiempo y por qué?
R. Difícil. Cada experto señala uno en el libro. En lo personal, ya riesgo de caer en el tópico, creo que el luchador que más revuelo causó en su era, y el que más poso dejó en los libros, fue Espartaco. Su historia es difícil de reanudar. Este gladiador tracio organizó una revolución de esclavos y, en la práctica, hizo temblar a la República de Roma. Fue un héroe indomable que lideró un colosal ejército contra el poder establecido. Su único objetivo siempre fue ser libre y salvar a sus hombres. No conseguí ni una cosa ni la otra. Plutarco cuenta que murió al combatir contra el ejército de Craso. Sus soldados no terminaron mejor: 6.000 de ellos acabaron crucificados en el camino que iba desde Roma hasta Capua. Un trayecto de dos centenares de kilómetros repleto de cadáveres con el que la Ciudad Eterna pretendía demostrar el destino que aguardaba a todos aquellos que se sublevasen.
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Autor: christianperez