
Hace un año, poco antes de anunciar su retirada, entrevistaba a Alberta Ferretti. En esta conversación, la diseñadora reveló una apreciación (o preocupación) que le acechaba en un momento en el que ya estaría planeando su cese. “Quedamos pocas mujeres en la moda italiana: Donatella Versace, Miuccia Prada y yo. ¡Y las tres somos Tauro!”. Esa mención astral no era casual: lo que Ferretti trataba de plasmar era la persistencia que regía su personalidad y la de sus compañeras. Pocos meses después, Alberta se retiraba y Lorenzo Serafini recogía la dirección creativa. Un relevo altamente predecible, puesto que el diseñador ya estaba al mando desde hacía una década de Philosophy di Lorenzo Serafini, parte del grupo propiedad de la diseñadora.Cierto paralelismo hay con lo que se prevé que suceda con Miuccia Prada, que desde 2020 codirige su firma con Raf Simons. Con la posible compra de Versace por parte del grupo Prada como telón de fondo, ayer se sabía que Donatella Versace deja el diseño de colecciones (seguirá como embajadora) y, en su lugar, llega Dario Vitale. ¿Su anterior rol? Jefe de diseño de prêt-à-porter y responsable de imagen de Miu Miu, de Prada. En el comunicado oficial, la hermana de Gianni concedía: “Para mí siempre ha sido importante apoyar a las nuevas generaciones de diseñadores. Estoy encantada de que Dario Vitale se una a nosotros, y emocionada de ver Versace a través de nuevos ojos”. Y aunque ese sentimiento es compartido, porque es innegable su buen hacer en Miu Miu en los últimos años, el elefante en la habitación está ahí y se hace tan grande que resulta difícil ignorarlo: ¿Dónde está la nueva generación de diseñadoras italianas? Entre los nombres femeninos más sonados de la escena joven de la moda del país, los insiders consultados convienen en citar a Gilda Ambrosio y Giorgia Tordini, que en 2016 fundaron The Attico, o Alessandra Rich, italiana establecida en Londres. En cualquier caso, no suelen aparecer en las quinielas cuando se libera un puesto creativo en una gran firma.Hace un año, Rosella Jardini, la que fuera la mano derecha del propio Franco Moschino y que heredara de él la dirección creativa de la casa, lanzaba un libro en el que dejaba clara su desaprobación hacia el trabajo de su sucesor. “Me ofendió mucho la gestión de Jeremy Scott durante esa década, destruyó la imagen de Franco”, escribía. O lo amabas o lo odiabas, así fue el paso del rey de la junk couture al frente de la marca. Pero lo cierto es que entendió la transgresión original de su fundador y la trasladó a los códigos del momento, anticipándose de alguna manera a la creación de desfiles y accesorios virales, mantra de los años posteriores. Sin embargo, desde Jardini no ha vuelto a liderar Moschino una mujer: a Scott lo sustituyó Davide Renne, fallecido repentinamente tan solo diez días después de asumir el cargo. En su lugar, actualmente la nómina creativa es para Adrian Appiolaza.Moschino, por cierto, pertenece a Aeffe, el grupo que Alberta Ferretti fundó con su hermano Massimo en 1980. Eran tiempos de gloria para el Made in Italy (y Milán como capital de la moda). Detrás de ese título había mucha empresa familiar que había sido cofundada por mujeres: Adele y Edoardo Fendi, Rosita y Ottavio Missoni, Anna y Gianni Molinari (Blumarine), o Consuelo Castiglioni y Giovanni Fontana (Marni). A excepción de este último dúo, que surgió en la década de los 90, los demás se desarrollaron en un contexto en el que las mujeres enfrentaban barreras sociales y culturales para acceder al mundo empresarial, en una Italia también marcada por los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Y se suma el caso de Salvatore Ferragamo, que a su muerte en 1960, la enseña quedó en manos de su viuda, Wanda, desempeñando un papel crucial en su expansión hasta que tomaron el control sus hijos. Son claros los esfuerzos del Museo Salvatore Ferragamo, en Florencia, por reparar la falta de reconocimiento a su figura.
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Autor: Patricia Moreno