
<p class="caption-title "> </p> <span class="caption-author ">Jacquelyn Martin / Ap</span>
Me pregunto si habrá alguien capaz de evitar que Donald Trump siga tomando decisiones que no solo perjudican a sus aliados, sino también a Estados Unidos y a sus propios votantes. ¿Funcionarán los famosos checks and balances establecidos por la Constitución? ¿Lograrán los demás poderes del Estado someterle a alguna forma de control?
Jacquelyn Martin / Ap
El Senado y el Congreso no parecen estar en condiciones de hacerlo. La mayoría republicana en las cámaras y la resignada pasividad de muchos senadores y congresistas republicanos, que probablemente no ven con buenos ojos su forma de gobernar, pero que no tienen ganas de enfrentársele, lo hacen improbable. Los altos funcionarios, lo que Trump llama deep state, están atemorizados por los recortes del equipo de Elon Musk y por la posibilidad de ser crucificados por una campaña de tuits y no dicen ni pío. La prensa liberal, desbordada por las redes, tampoco tiene suficiente fuerza para frenarle.
Queda el poder judicial. Ya estamos viendo cómo no pocas decisiones de Trump acaban en la mesa de los magistrados. El Tribunal Supremo, que es el que, en última instancia, tendrá que tomar las decisiones más relevantes, cuenta con una mayoría de jueces conservadores, tres de ellos propuestos por Trump durante su primer mandato. Pero los magistrados del Supremo son juristas con una carrera respetable y no es fácil que se dejen arrastrar a aprobar decisiones inconstitucionales. Habrá que ver qué hacen, caso por caso.
De momento, ya hay algunas sentencias de peso contrarias a Trump, como la que hace unos días dictaminó que el presidente ha sobrepasado sus atribuciones constitucionales al congelar casi todo el gasto en el extranjero de la agencia Usaid.
Tarde o temprano, la mayoría de los ciudadanos se dará cuenta de que los están tomando por bobosSin embargo, yo confío más en la física elemental, la de la ley de la gravedad. El lema de moverse rápido y romper cosas (move fast and break things) quizás funcione en Tesla y en Silicon Valley, pero, en política, es muy peligroso. Los dos millones de palestinos que viven en Gaza no se evaporarán, por mucho que Trump diga que quiere convertir la franja en un destino turístico privilegiado. Los canadienses no aceptarán convertirse en un estado más de Estados Unidos. En Ucrania, es posible que Trump logre imponer un acuerdo de paz, pero, si no es un acuerdo mínimamente justo y no contiene garantías de seguridad, será el umbral de una nueva guerra (civil entre los ucranianos o de Rusia contra algún otro país de la extinta Unión
Soviética).
Sin embargo, donde el peso de la realidad se hará sentir más será dentro de Estados Unidos. A los ciudadanos estadounidenses, lo que ocurre en Gaza y en Ucrania les interesa de una forma relativa. Como dijo no sé quién, la guerra es la forma que Dios tiene de enseñarles geografía. Pero el precio de una docena de huevos en el supermercado les afecta directamente.
El proteccionismo de Trump puede ser su peor enemigo. A un presidente que se enfrenta al mundo entero con una guerra comercial gratuita, en la que nadie puede salir ganando, no le pueden ir bien las cosas. No hace falta haber leído Las leyes fundamentales de la estupidez humana, de Carlo M. Cipolla, para ver que no es una política muy sagaz. Los mercados de valores ya le están enseñando los dientes. Contra lo que él cree, los aranceles suelen perjudicar no solo al país que los recibe, sino también al que los impone, a través de empleos que se pierden y precios que se disparan. Y, cuando los precios se disparan, los gobiernos se tambalean.
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Carles Casajuana
Trump está recortando la libertad de expresión y poniendo en cuestión los derechos de la mujer y de las minorías, para gran alegría de fundamentalistas de toda laya. Está desmontando programas de asistencia social y bajando los impuestos a los ricos, desactivando reguladores cruciales para el buen funcionamiento del sistema financiero y abriendo puertas a la cleptocracia con medidas como la inclusión de criptomonedas en las reservas del país. Los listos de turno se beneficiarán de ello. Pero, tarde o temprano, la mayoría de los ciudadanos se dará cuenta de que los están tomando por bobos.
Trump y Musk quieren jibarizar la Administración. Con la excusa de luchar contra el Estado profundo, quieren convertir a los servidores públicos en mayordomos privados. Habrá que ver si lo consiguen, porque una Administración como la estadounidense no es fácil de desmontar. Y, si lo consiguen, será peor. El Gobierno de Estados Unidos no puede funcionar si no cuenta con unos funcionarios competentes, leales y seguros de su posición. Echar a la mitad arbitrariamente no es una buena fórmula para conseguir que los demás sean más leales y eficientes, al igual que prescindir de dos ruedas de un coche no suele hacer que las otras dos funcionen mejor.
Los engranajes de la política de Washington son muy complejos. Es posible que Trump logre anular el equilibrio de poderes y contrapoderes establecido por la Constitución. También es posible, si nadie le para los pies, que, un día de estos, derogue la ley de la gravedad. Pero la realidad acabará imponiéndose. Mi amigo César Molinas tenía un profesor de física que preguntaba, en clase: “Si la ley de la gravedad no existiera, ¿por qué caerían las cosas?”. Y él mismo respondía: “Por su propio peso”. Ahí está la cuestión.
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Autor: Carles Casajuana Palet