
Creado:
21.03.2025 | 15:13
Actualizado:
21.03.2025 | 15:13
Hay un tipo de esperanza que no grita ni marcha en procesión. Que no luce capa ni lanza promesas grandilocuentes. Que no sale en los titulares ni es trending topic. Esa esperanza se arrastra bajo tierra, en forma de hilos invisibles, y va haciendo su trabajo, silenciosa y paciente. Si la escuchas, no habla de superhéroes ni de coches voladores, sino de algo más sencillo —y quizá más revolucionario—: hongos.
No, no hablamos de ciencia ficción. En Hongos: Descubriendo su papel en la naturaleza, la cultura y la tecnología (Pinolia, 2025), el biólogo y divulgador Eduardo Bazo nos invita a mirar bajo nuestros pies. A adentrarnos en ese mundo fúngico que solemos ignorar y que, sin embargo, podría ser clave para afrontar algunos de los mayores desafíos ambientales de nuestro tiempo. Porque los hongos, nos dice, no solo descomponen: también transforman. Y tal vez —solo tal vez—, puedan ayudarnos a salvar el mundo.
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Eugenio M. Fernández Aguilar
En la naturaleza, los hongos no desperdician nada. Lo que para nosotros es basura, para ellos es banquete. Aprovechan, reciclan, degradan. ¿Y si ese talento ancestral pudiera convertirse en una herramienta contra la contaminación?
El capítulo dedicado a esta posibilidad no especula, documenta. Bazo nos cuenta cómo hongos como Pleurotus ostreatus (la conocida seta ostra) se cultivan sobre residuos plásticos, ayudando a degradarlos. O cómo Agaricus bitorquis, esa seta humilde que a veces aparece en jardines urbanos, es capaz de absorber metales pesados como el plomo o el cadmio. Ya no es solo descomposición: es depuración. Y lo llaman micorremediación.
¿Ciencia marginal? Nada de eso. Este campo crece al ritmo de una urgencia global. El autor lo ilustra con ejemplos concretos y actuales: desde la degradación de tintes industriales como el verde de malaquita hasta los suelos aún tóxicos del desastre de Aznalcóllar. Cada historia deja un mensaje claro: los hongos pueden ser una herramienta poderosa de limpieza ecológica… si les damos la oportunidad.
Pleurotus ostreatus. Fuente: Wikipedia
La paradoja de lo invisible
Vivimos en un mundo obsesionado con lo visible: con lo que se mide, se ve, se aplaude. Pero los hongos —como las ideas más potentes— crecen donde nadie mira. El libro pone el foco en un dato que debería hacernos pensar: de los millones de especies fúngicas que se estima existen, conocemos y cultivamos apenas una fracción minúscula.
¿Qué secretos guarda esa inmensa parte sumergida del iceberg? ¿Y si entre ellas se escondiera el organismo que puede limpiar ríos contaminados, descomponer plásticos, regenerar suelos? Para eso, nos recuerda Bazo, necesitamos ciencia, inversión, voluntad. Y también algo menos cuantificable pero igual de necesario: curiosidad.
Vivimos en un mundo obsesionado con lo visible: con lo que se mide, se ve, se aplaude. Fuente: Midjourney / E. F.
Un ejército subterráneo sin nombre
Uno de los grandes aciertos de este capítulo es cómo invita al lector a contemplar la inmensa ignorancia que aún tenemos sobre los hongos. Se estima que podrían existir entre 2 y 4 millones de especies, pero apenas conocemos el 10%. Menos aún son las que hemos aprendido a cultivar. Cada vez que pisamos el bosque —nos recuerda Bazo— estamos caminando sobre una red viva de inteligencia ecológica que no vemos. Una Internet natural, un sistema de reciclaje, de comunicación, de defensa mutua… todo tejido por hongos.
¿Qué otros talentos esconden esas especies anónimas? ¿Y cuántas hemos destruido sin siquiera haberlas conocido? La reflexión cala hondo. Porque mientras gastamos fortunas buscando soluciones en laboratorios ultramodernos, puede que algunas respuestas estén enterradas bajo un pinar, entre la hojarasca, creciendo discretamente en un tocón. Pero, claro, para verlas, hay que saber mirar abajo.
Hay que saber mirar abajo. Fuente: Midjourney / E. F.
Contaminación y hongos: una tregua posible
El capítulo lanza un dardo directo a una de las grandes contradicciones de nuestra época: la normalización de la catástrofe ambiental. Bazo menciona casos reales, como el vertido de Aznalcóllar o los suelos contaminados por metales en zonas agrícolas. Allí donde la tecnología convencional fracasa o se vuelve inviable, los hongos aparecen como un recurso barato, eficaz y biológico. Y sin embargo, ¿por qué no están en el centro del debate?
No es una pregunta técnica, sino política. Y el autor lo deja caer con inteligencia. Hablar de hongos como herramienta de recuperación ecológica implica hablar también de decisiones, de presupuestos, de prioridades. ¿Por qué la micorremediación sigue siendo una rareza? ¿Por qué invertimos en megaproyectos futuristas antes que en estudiar lo que ya funciona? El libro no da respuestas definitivas, pero plantea las preguntas con una claridad que incomoda. Y eso, en un mundo saturado de promesas vacías, es una forma de coraje.
El precio de no saber
Eduardo Bazo escribe con el tono de quien ama lo que cuenta. Pero también con la urgencia de quien sabe que lo que no se investiga, desaparece. Que la ignorancia no es solo un vacío, sino a veces una sentencia. Si no conocemos los hongos, no podemos protegerlos. Si no los protegemos, no solo perdemos biodiversidad: perdemos aliados.
El ejemplo que da sobre un hongo descubierto en el desierto australiano —Clastoderma confusum— es paradigmático. Un ser minúsculo, apenas perceptible, que sobrevive en condiciones extremas y cuya función ecológica aún desconocemos. ¿Qué puede hacer ese hongo? No lo sabemos. Pero si desaparece antes de que lo descubramos, tampoco lo sabremos nunca. Es como quemar libros antes de leerlos. Y Bazo, con una pluma que equilibra el asombro y la denuncia, lo deja muy claro: estamos empobreciendo el futuro sin darnos cuenta.
No hay revolución sin micología
Al terminar este capítulo, uno no solo ha aprendido datos. Ha cambiado de mirada. Porque entender el papel de los hongos en la descontaminación no es solo cuestión científica. Es también una revolución de sensibilidad. Un cambio en la forma de relacionarnos con lo invisible, lo pequeño, lo marginal. Los hongos, en esta lectura, no son secundarios: son claves. Y como tales, merecen nuestro respeto, nuestra curiosidad… y nuestras inversiones.
Eduardo Bazo no cae en el misticismo ni en la tecnofobia. No propone sustituir la ciencia por la magia del bosque. Lo que propone es más desafiante: unir ambos mundos. Reconocer que lo pequeño también importa. Que la salvación puede venir del suelo. Que a veces, para avanzar, hay que mirar hacia abajo.
Fuente:
Autor: efernandez