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A veces nos obsesionamos con una historia. Nos quita el sueño, necesitamos abordarla para resolverla. El mal es un tema recurrente: ¿qué lleva a alguien a cometer una atrocidad? Luisgé Martín quiso preguntárselo a José Bretón, que asesinó a sus hijos para convertir la vida de su exmujer en un infierno. El autor no habló con ella para escribir El odio; Ruth Ortiz ni siquiera sabía de la existencia del libro hasta que lo vio en la prensa. La Fiscalía de Menores pide suspender su publicación cautelarmente, la editorial Anagrama defiende el derecho fundamental a la creación literaria, las redes arden, el juez dice que el libro sale.
LV
La ley no resolverá el problema ético. La libertad de expresión no exime de la responsabilidad sobre sus consecuencias. Uno tiene derecho a publicar lo que considere, y hay que preservar ese derecho. Pero, ¿lo publicaría si valorara los efectos que tendrá en la víctima, en la sociedad o la propia obra? ¿Lo publicaría a sabiendas de que no transmitirá lo que pretende?
El autor no es infalible; puede equivocarse en el enfoque, en la omisión de testimoniosCuando una historia te obsesiona, no discurres con claridad. Ahí es donde entran los filtros: amigos, gente de confianza a la que haces partícipe de tus proyectos, tu editorial. Son los que te dicen: “¿Seguro?”. O: “Dale otra vuelta”. O: “No es buena idea”. Mal que le pese a su vanidad, el autor no es infalible; puede equivocarse en el enfoque, en la elección del género literario, en la incorporación u omisión de testimonios. Si en vez de justificar egos, la creación atendiera a su sentido intrínseco (“cuál es el qué” en vez de “qué me aporta”), la libertad de expresión no se utilizaría como excusa para evitar admitir un error o plantearse una rectificación.
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Llucia Ramis
No estamos ante un Capote o un Carrère (por cierto, el tema de El adversario es la mentira, no el crimen) por algo esencial: la violencia vicaria. Bretón mató a sus hijos para destrozarle la vida a Ortiz. ¿A nadie se le ocurrió que el asesino instrumentalizaría al autor, el libro, la editorial y los medios para seguir torturando a la víctima, con la que tiene prohibido comunicarse? ¿Vale la pena ser cómplice de ese odio que quería desentrañarse? ¿A qué precio?
El libro saldrá, seguramente se venderá, por morbo y porque la promoción está hecha. Y sin embargo, eso no quita que publicarlo haya sido una muy mala idea.
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Autor: Llucia Ramis