
Creado:
26.03.2025 | 01:43
Actualizado:
26.03.2025 | 01:43
Hay una imagen que Roma ha cultivado durante siglos: la de una ciudad nacida para conquistar. Sin embargo, la historia fue más pedregosa. Mucho antes de soñar con imperios, Roma tuvo que aprender a sobrevivir en un entorno hostil. Su primera escuela de guerra no fue Cartago ni Grecia, sino sus propios vecinos.
Lo que comenzó como una pugna por la supervivencia acabó convirtiéndose en una estrategia de expansión. Desde el siglo V a. C., la joven República se vio envuelta en un rosario casi ininterrumpido de guerras. Estas no solo definieron su poder militar, sino que condicionaron su política, su sociedad y su idea de ciudadanía.
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Roma aprendió a crecer luchando
En sus primeras décadas republicanas, Roma combatió a pueblos tan cercanos que podía alcanzarlos en un solo día de caminata. Los ecuos, volscos, sabinos o latinos eran enemigos habituales, y los enfrentamientos tenían más de escaramuza que de gran guerra. Las batallas eran locales, los ejércitos pequeños y los resultados imprevisibles.
Pero de estos combates menores surgieron prácticas, lecciones y estructuras que serían fundamentales en el futuro. La creación de las primeras legiones, por ejemplo, respondió a la necesidad de un ejército estable frente a ataques constantes. A su vez, la práctica de fundar colonias en los territorios conquistados empezó a perfilarse como una herramienta política. Cada victoria era un paso hacia el control sobre el Lacio.
Uno de los primeros grandes hitos fue la conquista de Veyes, una ciudad etrusca con la que Roma mantuvo una guerra intermitente durante casi una década. El desenlace llegó en el año 396 a. C., bajo el mando de Marco Furio Camilo, considerado por muchos el segundo fundador de Roma. La victoria transcendió el plano militar: derivo en la primera gran anexión territorial fuera del núcleo latino.
Triunfo de Furio Camilo, Francesco Salviati. Fresco del Salone dei Cinquecento. Fuente: Wikipedia
La nueva geografía
La toma de Veyes abrió una nueva dimensión geográfica. Roma comenzó a tener que gestionar tierras más allá de su alcance inmediato, con todo lo que eso implicaba: repoblaciones, construcción de infraestructuras, conflictos por el reparto del ager publicus. Pero la expansión exterior empezó a generar tensiones internas que nos e habían visto venir.
Más allá del terreno, la guerra de Veyes fue también un ensayo de las nuevas funciones de los dictadores en la República. Camilo, designado como tal, representaba la capacidad del Estado para concentrar poder en tiempos de crisis.
En el año 390 a. C., solo seis años después de conquistar Veyes, Roma vivió una humillación sin precedentes: fue saqueada por tropas galas comandadas por Brenno. Los romanos se refugiaron en el Capitolio, mientras los invasores arrasaban la ciudad. Este fue un golpe psicológico que supondría un estigma para la política exterior romana durante siglos.
Recreación de un soldado romano. Fuente: Midjoourney / E. F.
La nueva estrategia
El famoso grito de Brenno, vae victis! (¡ay de los vencidos!), quedó como una advertencia imborrable. A partir de entonces, Roma adoptó una estrategia defensiva agresiva: quien podía atacar debía ser neutralizado antes. El miedo a otro saqueo sería el acicate para muchas de las guerras futuras.
El siguiente gran enemigo fueron los samnitas. Este pueblo montañoso obligó a Roma a enfrentarse a un tipo de guerra más difícil: en terreno abrupto, con emboscadas y derrotas memorables. La más famosa fue la de las Horcas Caudinas, en 321 a. C., cuando los romanos se rindieron sin luchar y tuvieron que pasar bajo yugos de madera en señal de humillación.
Las guerras samnitas se prolongaron hasta el 290 a. C., y fueron decisivas para forjar una maquinaria militar más profesional. Las legiones comenzaron a operar a mayor escala, el reclutamiento se estabilizó y la estructura de mando se perfeccionó.
Un hombre con vestimenta de campesino de un lado y con armadura del otro, mostrando el doble rol del ciudadano romano temprano: La transformación de la población común en fuerza militar. Fuente: Midjourney / E. F.
Nuevas organizaciones territoriales
La victoria final trajo consigo nuevas formas de organización territorial: se consolidaron las colonias como instrumento de romanización, se ampliaron las vías de comunicación, y se diversificó la ciudadanía con fórmulas jurídicas específicas. En este sentido, cada guerra no solo era una batalla ganada, sino un experimento de integración.
La batalla de Sentino (295 a. C.) fue una de las primeras grandes demostraciones de fuerza de la República. En ella, los romanos enfrentaron a una coalición de samnitas, galos, etruscos y umbros. Participaron por primera vez cuatro legiones completas, lo que marcó un salto cuantitativo en la capacidad militar romana.
La victoria en Sentino tuvo un enorme valor simbólico. Confirmó que Roma podía resistir incluso a una alianza de enemigos poderosos. Además, afianzó su hegemonía sobre Italia central y abrió el camino hacia el sur.
Tras someter a los samnitas, Roma giró su atención hacia el sur. Allí encontró a Tarento, una ciudad griega que solicitó ayuda al rey Pirro de Epiro. Este llegó con un ejército moderno y elefantes de guerra.
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Las victorias pírricas
Las victorias de Pirro en Heraclea y Ásculo fueron costosas. Él mismo reconoció que una más lo arruinaría: “Otra victoria como esta y estaré perdido”. Las llamadas “victorias pírricas” mostraron que el ejército romano era más resistente que brillante.
En el año 275 a. C., Roma venció en la batalla de Malventum —rebautizada Beneventum— y consolidó su control sobre Tarento. Solo quedaban algunos focos en el norte para que Italia fuera suya por completa.
En menos de dos siglos, Roma pasó de disputar pastos con sus vecinos a enfrentarse con reyes extranjeros y a desplegar campañas a cientos de kilómetros de su territorio. No hubo un plan maestro: la expansión fue una consecuencia directa de su forma de enfrentar los conflictos.
Cada guerra obligó a innovar: militarmente, jurídicamente, políticamente. El ejército romano, inicialmente una milicia de propietarios, se convirtió en una estructura profesionalizada. Así fue como la guerra dejó de ser una excepción para convertirse en el motor de Roma.
Fuente:
Autor: efernandez