
<span class="image__caption">El análisis genético de una momia de 7.000 años ha revelado una antigua línea humana desconocida, oculta durante milenios en las profundidades del Sahara. Fuente: Tom Björklund / Misión Arqueológica en el Sahara de la Universidad Sapienza / Istock / Christian Pérez</span>
Publicado por
Christian Pérez
Redactor especializado en divulgación científica e histórica
Creado:
3.04.2025 | 14:27
Actualizado:
3.04.2025 | 14:31
Durante milenios, el desierto del Sahara ha sido considerado una barrera infranqueable, una vasta extensión de dunas y roca que separa el norte del África subsahariana. Pero hubo un tiempo —no tan lejano en términos geológicos— en que este gigantesco océano de arena se transformó en un paisaje de lagos, pastizales y sabanas. Fue la época del Sahara Verde, entre hace unos 14.500 y 5.000 años. Un periodo fértil y lleno de vida del que aún hoy emergen secretos fascinantes. Uno de los más asombrosos llegó en forma de dos cuerpos momificados hallados en una cueva remota del suroeste de Libia.
Los restos pertenecen a dos mujeres que vivieron hace aproximadamente 7.000 años en el refugio rocoso de Takarkori, en las montañas Tadrart Acacus. El sitio, célebre por su riqueza arqueológica, ya había ofrecido pistas valiosas sobre la vida de los primeros pastores del Sahara. Sin embargo, el verdadero tesoro no se encontraba en su cerámica, herramientas o arte rupestre, sino en las células fosilizadas de aquellas mujeres: su ADN.
Un linaje perdido que habitó el Edén africano
Los análisis genéticos de sus restos no solo revelaron un genoma sorprendentemente bien conservado para tratarse de un entorno tan caluroso, sino algo aún más revelador: estas dos mujeres pertenecían a un linaje humano hasta entonces desconocido, una rama fantasma del árbol genealógico de la humanidad que había permanecido oculta durante decenas de milenios.
Este linaje divergió del de los africanos subsaharianos al mismo tiempo que lo hicieron los ancestros de los humanos modernos que salieron de África y colonizaron Eurasia. Es decir, hace unos 50.000 años. Pero a diferencia de estos últimos, los antepasados de las mujeres de Takarkori no cruzaron el mar Rojo ni la península del Sinaí. Se quedaron. Y lo hicieron en un aislamiento casi total, en algún rincón aún indeterminado del norte africano, hasta el Holoceno medio.
En el ADN de estas mujeres no hay señales de mestizaje con poblaciones subsaharianas. Ni siquiera durante los milenios en que el Sahara fue verde y teóricamente transitable. Esto desmonta una de las ideas más extendidas: que el Sahara Verde habría actuado como un corredor migratorio entre el norte y el sur del continente. Lo cierto es que, desde el punto de vista genético, esa conexión fue mucho más limitada de lo que se pensaba.
El ADN de una momia de 7.000 años ha sacado a la luz una rama perdida de la humanidad, hasta ahora invisible en el registro arqueológico. Foto: Misión Arqueológica en el Sahara de la Universidad Sapienza de Roma
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El legado de un pueblo invisible
Esta antigua población norteafricana no dejó solo momias y huesos. Aunque desaparecida como grupo autónomo, su huella genética pervive. Las investigaciones muestran que este linaje forma parte del sustrato ancestral de muchas poblaciones norteafricanas actuales, en especial en Marruecos y regiones del Sahel. Es una evidencia de continuidad profunda, de una identidad genética local que no fue sustituida, sino transformada con el tiempo.
El hallazgo es doblemente interesante si se considera que estos antiguos habitantes del Sahara ya eran pastores. Criaban ganado en una época en que la domesticación animal estaba comenzando a consolidarse en distintos puntos del mundo. Pero lo más llamativo es que esta innovación no parece haber llegado a través de migraciones masivas. No hay rastro genético suficiente de pueblos del Levante o del Cuerno de África, donde ya existían tradiciones ganaderas. Lo que sugiere el estudio es un fenómeno de difusión cultural: conocimientos y prácticas que se transmiten entre grupos vecinos sin necesidad de una gran movilidad poblacional.
Es decir, aquellos pueblos del Sahara Verde aprendieron a pastorear no porque alguien los conquistara o desplazara, sino porque adoptaron nuevas ideas, adaptándolas a su propio mundo.
Uno de los datos más curiosos del estudio es la presencia de una ínfima cantidad de ADN neandertal en estas mujeres. Es diez veces menor que la de los pueblos fuera de África, pero sigue siendo más elevada que la de las poblaciones subsaharianas actuales. Esto apunta a un contacto muy lejano y escaso con grupos humanos que portaban esos genes —probablemente procedentes del Levante— y que se habrían mezclado de forma limitada con esta antigua población sahariana.
Este dato encaja con otra observación importante: aunque aislados durante mucho tiempo, los pueblos de Takarkori no fueron completamente impermeables a influencias externas. Lo que parece haber ocurrido es un proceso de interacción muy selectivo, donde las ideas y tecnologías viajaban más rápido que las personas.
Taforalt y el eco de un pasado común
El estudio también revisa una cuestión sin resolver sobre otro yacimiento clave en la prehistoria del norte de África: Taforalt, en Marruecos. Allí se descubrieron, hace años, restos humanos de hace 15.000 años con una composición genética misteriosa. Parte de su ascendencia no encajaba con ninguna población africana conocida.
Ahora, gracias al ADN de Takarkori, se ha podido reanalizar el caso: se estima que cerca del 40% de la herencia genética de aquellos individuos de Taforalt proviene de un linaje similar al de las mujeres saharianas. Esto sugiere que el norte de África ya estaba habitado por estas poblaciones profundamente enraizadas antes de la expansión del Neolítico, y que su presencia fue más extensa de lo que se creía.
En términos ecológicos, el Sahara Verde era un paraíso: agua abundante, lagos inmensos, caza en cantidad. Pero en términos genéticos, fue un callejón sin salida. Las barreras no eran solo geográficas. También lo eran culturales, sociales y quizá hasta simbólicas. La región central del Sahara pudo haber funcionado como un refugio biocultural, un espacio de estabilidad frente a los cambios del mundo exterior. Esto explicaría la persistencia de linajes aislados y una continuidad material —como el uso de ciertos tipos de cerámica o prácticas funerarias— que se prolonga durante milenios.
Vista del refugio rocoso de Takarkori durante las excavaciones en el suroeste de Libia, en pleno corazón del antiguo Sahara Verde. Foto: Misión Arqueológica en el Sahara de la Universidad Sapienza de Roma
¿Dónde estuvieron durante 40.000 años?
Una de las grandes preguntas que plantea el descubrimiento es de carácter geográfico: si el linaje de Takarkori se separó de otros grupos humanos hace 50.000 años y solo lo encontramos 7.000 años atrás… ¿dónde estuvieron durante los 43.000 años intermedios?
El rastro es, por ahora, un enigma. Pero los investigadores apuntan a la posibilidad de que se refugiara en regiones del norte africano aún inexploradas genéticamente. Las montañas del Atlas, zonas costeras del Magreb o incluso oasis hoy perdidos bajo las arenas podrían haber sido su hogar. En cualquier caso, este misterio reabre el debate sobre la complejidad del poblamiento africano y la necesidad de ampliar el mapa arqueogenético del continente.
Referencias
Salem, N., van de Loosdrecht, M.S., Sümer, A.P. et al. Ancient DNA from the Green Sahara reveals ancestral North African lineage. Nature (2025). DOI: 10.1038/s41586-025-08793-7
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Autor: christianperez