
<span class="image__caption">La cueva sudafricana que revela una red ancestral de conocimiento hace más de 20.000 años. Ilustración artística. Foto: ChatGPT-4o/Sara Watson/Christian Pérez</span>
Publicado por
Christian Pérez
Redactor especializado en divulgación científica e histórica
Creado:
10.04.2025 | 11:14
Actualizado:
10.04.2025 | 11:14
En la costa sur de Sudáfrica, frente al imponente océano Índico, una serie de cuevas talladas por el viento y el tiempo ha guardado un secreto milenario. Lo que parecía un paraje inhóspito y olvidado por la historia se ha convertido, tras años de excavación meticulosa, en el escenario de un hallazgo que está ayudando a reescribir el pasado más remoto de la humanidad.
Miles de herramientas de piedra, elaboradas con precisión asombrosa hace entre 24.000 y 12.000 años, han sido extraídas de un yacimiento que se creía agotado en potencial arqueológico. Lo sorprendente no es solo su antigüedad o su estado de conservación, sino las pistas que contienen sobre una red de transmisión de conocimientos técnicos entre grupos humanos que vivían muy alejados entre sí. Como si se tratara de una especie de "internet de la Edad de Piedra", las formas de tallado, los patrones de corte y los métodos de producción se repiten con una regularidad que no puede ser casual.
Una ventana al mundo durante la última glaciación
Cuando estas herramientas fueron fabricadas, el mundo estaba muy lejos de ser como lo conocemos. El planeta aún se encontraba bajo los efectos del último gran periodo glacial. Los casquetes polares se extendían hacia latitudes hoy templadas, y el nivel del mar era decenas de metros más bajo que en la actualidad. La costa sudafricana se encontraba entonces muchos kilómetros más hacia el interior, y las cuevas donde se hallaron las herramientas no miraban al mar, sino a extensas llanuras repletas de fauna salvaje: antílopes, cebras y quizás hasta megafauna hoy desaparecida.
En aquel entorno cambiante y exigente, los grupos humanos debían adaptarse con ingenio. Las herramientas halladas son prueba de esa capacidad. Cuchillas minúsculas, núcleos tallados con técnica sofisticada y restos de producción en diferentes fases indican una planificación minuciosa en su fabricación. Pero lo más impactante es que esas técnicas se han encontrado también a cientos de kilómetros, en regiones como Namibia y Lesotho, lo que sugiere un intercambio cultural sorprendente para sociedades que aún no conocían la escritura ni la rueda.
Bloques de piedra que sirvieron de base para fabricar herramientas primitivas. Foto: Sara Watson
La clave está en los núcleos
En arqueología, las piezas más llamativas suelen ser los cuchillos o las puntas de lanza. Pero en este caso, el verdadero tesoro está en lo que se conoce como "núcleos": las piedras matrices de las que se desprenden las cuchillas. Estos núcleos permiten a los expertos reconstruir el proceso mental y técnico que seguían los artesanos prehistóricos para obtener hojas cortantes. Y aquí es donde el hallazgo cobra una dimensión aún más profunda.
Los núcleos presentan patrones de reducción tan específicos y repetidos que descartan la posibilidad de una coincidencia fortuita. La forma en que se removían las lascas, la secuencia de golpes, el ángulo de extracción… todo sigue un esquema casi idéntico en yacimientos separados por distancias enormes. Esto implica que había una tradición compartida, una manera de hacer las cosas que se transmitía de generación en generación, posiblemente por medio del contacto directo entre grupos humanos que, aunque móviles, se movían por vastos territorios.
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El descubrimiento sugiere que los habitantes de estas regiones no vivían aislados, sino que formaban parte de un entramado más amplio de interacciones. Tal vez mediante encuentros esporádicos, alianzas matrimoniales, migraciones estacionales o intercambio de bienes, los conocimientos técnicos circulaban, se enseñaban y se perfeccionaban. No se trataba de copias improvisadas, sino de un legado técnico aprendido con rigor.
Esta red de intercambio cultural y tecnológico en plena Edad de Piedra podría compararse, salvando las distancias, con los gremios medievales o los centros de innovación modernos. Aquellos grupos no solo fabricaban herramientas: cultivaban una tradición, preservaban un saber compartido que definía su identidad y aumentaba sus probabilidades de supervivencia.
Piedras originales desde las que los humanos prehistóricos creaban sus herramientas. Fuente: Sara Watson
Un trabajo arqueológico de alto riesgo
El contexto del hallazgo no fue menos desafiante que su interpretación. La cueva se encuentra en una pared vertical de más de 20 metros sobre un litoral rocoso y abrupto. Cada jornada de excavación exigía ascensos controlados con cuerdas y el transporte de hasta 20 kilos de material por persona. La excavación en sí misma se realizó con herramientas minúsculas, similares a las que usan los dentistas, para evitar alterar los delicados estratos sedimentarios donde yacían las piezas.
Cada capa de tierra removida ofrecía nuevas pistas. En total, se recuperaron miles de objetos de piedra, desde hojillas afiladas hasta núcleos casi enteros. Un verdadero rompecabezas arqueológico que permite reconstruir no solo cómo trabajaban estos antiguos humanos, sino también cómo pensaban y se organizaban.
Aunque el hallazgo ha sido aclamado como una joya del estudio paleolítico, también ha abierto nuevas incógnitas. ¿Qué grado de movilidad tenían estos grupos? ¿Cómo se organizaban para mantener una coherencia técnica en espacios tan amplios? ¿Existían figuras especializadas en la fabricación de herramientas, algo así como maestros artesanos de la Edad de Piedra? ¿Y qué implicaciones tiene todo esto para nuestra comprensión del desarrollo cultural humano?
La respuesta definitiva aún está lejos. Pero una cosa está clara: los humanos que vivieron al final de la última glaciación no eran simples supervivientes. Eran innovadores, comunicadores, portadores de un saber técnico que no surgió de la nada y que no se mantuvo aislado, sino que formó parte de una corriente colectiva que fluía por el sur de África mucho antes de que existieran los mapas o los estados.
Investigadores excavando en una caverna situada frente al mar. Foto: Sara Watson
El pasado que nos conecta
Más allá del dato arqueológico, esta historia resuena con una verdad fundamental: compartir conocimientos ha sido siempre una de las herramientas más poderosas de la humanidad. Incluso cuando la supervivencia dependía de un cuchillo de piedra o una lanza de hueso, el acto de enseñar y aprender era vital.
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Hoy, miles de años después, seguimos recorriendo caminos similares. Solo que en vez de tallar núcleos de piedra, construimos redes digitales. Pero la esencia es la misma: transmitir lo que sabemos, mejorar lo que recibimos y dejar algo mejor para los que vienen después.
Referencias
Robberg lithic technology from Knysna Eastern Heads Cave 1, Journal of Paleolithic Archaeology (2025). DOI: 10.1007/s41982-025-00214-5
Fuente:
Autor: christianperez