
<span class="image__caption">Conoce a Sue, el fósil “al revés”: una criatura sin patas, sin cabeza y con las entrañas intactas que vivió hace 444 millones de años. Foto: Sarah Gabbott</span>
Publicado por
Christian Pérez
Redactor especializado en divulgación científica e histórica
Creado:
13.04.2025 | 14:18
Actualizado:
13.04.2025 | 14:18
En los confines montañosos del Cabo Occidental sudafricano, en una zona olvidada por el tiempo y azotada antaño por glaciares, apareció uno de los fósiles más extraños jamás descubiertos. Se trata de Keurbos susanae, apodado “Sue” por su descubridora, la paleontóloga Sarah Gabbott, que encontró los restos hace ya más de 25 años. Lo que lo convierte en una auténtica anomalía paleontológica no es solo su antigüedad —unos 444 millones de años, en plena extinción masiva del Ordovícico—, sino el modo insólito en que fue preservado: desde dentro hacia afuera.
Este hallazgo, descrito recientemente en la revista Papers in Palaeontology, y acompañado por una nota de prensa de la Universidad de Leicester, desafía todo lo que los científicos creían saber sobre la fosilización de animales marinos. Mientras que en la mayoría de fósiles se conservan las partes duras —esqueletos, caparazones, dientes—, Keurbos susanae muestra lo opuesto: un cuerpo sin cabeza ni extremidades visibles, sin exoesqueleto, pero con músculos, tendones y estructuras internas tan intactas que parecen esculpidas ayer mismo.
Una preservación casi imposible
Los restos de esta criatura, que pertenecía al filo de los artrópodos, fueron hallados en la formación Soom Shale, al norte de Ciudad del Cabo. Esta capa de roca negra, rica en materia orgánica y de origen marino, se depositó justo al final del periodo Ordovícico, en un mundo que atravesaba una de las mayores crisis biológicas de su historia. Un episodio de glaciación severa acabó con el 85% de las especies oceánicas, convirtiéndose en una de las llamadas “cinco grandes extinciones”.
Pero lo que distingue a Soom Shale es que actuó como una cápsula del tiempo para organismos marinos de cuerpo blando, que normalmente no dejan rastro fósil. Allí, bajo condiciones extremas de baja oxigenación y presencia de compuestos tóxicos como el sulfuro de hidrógeno, los cadáveres no se descompusieron del modo habitual. En el caso de Sue, estas condiciones permitieron la mineralización rápida de sus tejidos internos mediante fosfato cálcico —el mismo material que compone nuestros dientes y huesos— antes de que las bacterias pudieran destruirlos.
Curiosamente, su parte externa no tuvo tanta suerte. El caparazón, las patas y la cabeza —estructuras normalmente más resistentes— se perdieron. Los científicos creen que la acidez de los sedimentos marinos disolvió estas partes, dejando solamente lo que estaba dentro. De ahí que esta criatura se haya descrito como “fósil del revés”, una rareza en los anales de la paleontología.
Fue en las montañas de Cederberg donde Sarah Gabbott descubrió el fósil de este antiguo artrópodo. Foto: Simon Andrews
¿Qué era realmente Sue?
Pese a su excelente preservación interna, Keurbos susanae plantea más preguntas que respuestas. Se trata de un artrópodo segmentado, de unos 43 centímetros de longitud, sin patas ni cabeza visible, pero con un tronco que consta de 46 segmentos similares entre sí. Esta morfología homónoma, rara entre los artrópodos, no encaja fácilmente con ningún grupo conocido.
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La disposición simétrica de sus músculos y estructuras internas sugiere que el animal tenía un cuerpo plano y elongado, probablemente adaptado para deslizarse por el fondo marino o nadar cerca del sustrato. En el ventral —la parte inferior— se encuentran unas estructuras en forma de placas esternales, acompañadas de finas prolongaciones que podrían haber funcionado como órganos sensoriales o respiratorios.
Aunque se baraja que Sue perteneciera al linaje de los pancrustáceos —el grupo que incluye a cangrejos, insectos y camarones—, no hay suficientes elementos para una clasificación precisa. El hallazgo ha desafiado incluso los métodos habituales de análisis evolutivo, pues su combinación de rasgos no encaja con ninguno de los clados definidos.
Un descubrimiento con nombre propio
Pocas historias científicas tienen un componente tan personal como la de Keurbos susanae. La investigadora Sarah Gabbott llevaba años explorando el área del Cederberg cuando dio con el fósil. Para extraerlo, fue necesario envolverlo en escayola y transportarlo a Inglaterra en una caja que pesaba más de 70 kilos. De hecho, la propia British Airways le ofreció un asiento de primera clase al ejemplar.
Durante más de dos décadas, Gabbott trabajó para entender lo que tenía entre manos. El fósil resultaba desconcertante. Cada intento de encajarlo en un grupo conocido acababa en callejones sin salida. Fue necesario un análisis químico detallado de los minerales que lo componían y del entorno sedimentario para desentrañar su historia. Al final, decidió bautizarlo en honor a su madre, quien siempre la había animado a seguir una carrera que le hiciera feliz.
Detrás del nombre “Sue” hay una mezcla de humor y homenaje: su madre bromeaba diciendo que si iba a ponerle su nombre a un fósil, más valía que lo hiciera antes de que ella misma acabara fosilizada.
Sarah Gabbott en las montañas Cederberg, al norte de Sudáfrica, el lugar donde fue descubierto el sorprendente fósil. Foto: Simon Andrews/Christian Pérez
Un legado fósil en peligro
El sitio donde se encontró el fósil ha sido parcialmente cubierto por trabajos de cantera, lo que hace improbable hallar nuevos ejemplares en el futuro. Hasta ahora, solo se conocen dos especímenes de Keurbos susanae, lo que aumenta su valor científico y hace que cada detalle cuente.
Este hallazgo nos recuerda cuán frágil es la ventana al pasado que representan los fósiles. Y cómo, a veces, lo más revelador no es lo que se preserva… sino lo que falta. La ausencia de caparazón, cabeza o patas en este caso no ha sido un obstáculo, sino una oportunidad para mirar más allá de las formas externas y explorar las entrañas de un ser que vivió mucho antes que los dinosaurios.
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En un tiempo en el que la ciencia busca comprender cómo las especies evolucionaron y sobrevivieron a cataclismos globales, Keurbos susanae ofrece una lección inesperada: que hasta en la pérdida, la naturaleza puede dejar huellas asombrosas.
Referencias
Gabbott, S.E., Edgecombe, G.D., Theron, J.N. and Aldridge, R.J. (2025), A new euarthropod from the Soom Shale (Ordovician) Konservat-Lagerstätte, South Africa, with exceptional preservation of the connective endoskeleton and myoanatomy. Pap Palaeontol, 11: e70004. DOI:10.1002/spp2.70004
Fuente:
Autor: christianperez