
Es una escena que todos hemos vivido: alguien llora y, sin poder evitarlo, nuestra propia emoción se intensifica. A veces es solo una sensación de tristeza compartida, pero en otras ocasiones las lágrimas nos invaden a nosotros también. Este fenómeno, que parece casi mágico, tiene una base científica concreta. Investigaciones recientes han demostrado que el llanto ajeno activa en nuestro cerebro un mecanismo involuntario de empatía, desencadenado por un tipo de células llamadas neuronas espejo. Estas neuronas, descubiertas primero en primates y luego en humanos, se encuentran en el área de Broca y la corteza parietal del cerebro. Su función es esencial: nos permiten reconocer las emociones de los demás e imitarlas, fortaleciendo la conexión social y la empatía.
Cuando vemos llorar a alguien, estas neuronas aumentan su actividad, lo que lleva a la producción de oxitocina, un neurotransmisor clave en la generación de vínculos emocionales. Este incremento de oxitocina refuerza nuestra empatía y nos hace más propensos a compartir el sentimiento del otro, llegando incluso a derramar lágrimas.
¿Por qué lloramos desde que nacemos? © iStock. El llanto es una de las primeras formas de comunicación de los seres humanos. En los primeros meses de vida, es un reflejo instintivo que responde al hambre, el frío o el dolor.
Pero a medida que crecemos, el llanto se vuelve mucho más complejo. Factores sociales, educación y experiencias personales influyen en nuestra capacidad para llorar y en qué situaciones lo hacemos.
El neurofisiólogo Eduardo Calixto explica que, en muchas culturas, llorar está asociado a la vulnerabilidad. Cuando alguien llora, muestra que ha bajado la guardia emocionalmente, lo que genera una reacción en los demás que puede ir desde la compasión hasta la incomodidad.
Además, algunas emociones como la culpa o la vergüenza pueden activar el llanto de manera más frecuente en ciertas sociedades, dependiendo de cómo se enseñe a gestionar esas sensaciones desde la infancia. Llorar nos hace humanos © iStock. Más allá de su función social, el llanto cumple un papel fundamental en nuestra salud mental. Los estudios indican que es crucial que los niños y adolescentes lloren entre los 7 y los 14 años, ya que esto les permite liberar tensión emocional y reorganizar las conexiones cerebrales responsables de la regulación de las emociones.
Las investigaciones sugieren que reprimir el llanto en la infancia podría aumentar el estrés y estar vinculado a trastornos de personalidad o a una mayor agresividad en la adultez. La psicología también advierte que, cuando alguien siente la necesidad de llorar pero no puede hacerlo, podría ser una señal de que algo impide la expresión emocional natural, lo que en algunos casos requiere atención profesional.
Cuando las lágrimas no solo son de tristeza Aunque generalmente asociamos el llanto con el sufrimiento, también es común llorar por alegría, emoción intensa o incluso alivio. Las lágrimas que surgen en momentos de felicidad extrema cumplen un propósito similar a las del dolor: ayudan a regular la intensidad emocional y permiten al cerebro equilibrar la sobrecarga de sensaciones.
Así que la próxima vez que veas a alguien llorar y sientas el impulso de hacerlo también, recuerda que no es casualidad. Es tu cerebro activando un mecanismo natural de conexión humana, una señal de que la empatía sigue siendo una de las fuerzas más poderosas que tenemos.
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Autor: Martín Nicolás Parolari