
Esto se debe, en parte, al reloj interno que tiene cada cuerpo, el cual regula el funcionamiento de las células y por la mañana, está preparado para hacer frente a una comida sustanciosa, para absorber nutrientes y distribuirlos en las células y así conseguir el rendimiento correcto del cuerpo durante el resto del día. Algo que, conforme pasan las horas, va disminuyendo, causando que algunos órganos que participan en el metabolismo de los nutrientes, como el hígado y el páncreas, empiecen a responder con más lentitud.Por eso, una misma comida puede aumentar los niveles de azúcar en la sangre mucho más si se consume por la noche que por la mañana, además de permanecer más tiempo como un pico alto que si se gasta y consume energía con las actividades del día, en vez del sedentarismo propio de las horas de sueño.Por si fuera poco, cuando los niveles de melatonina (hormona que señala al cuerpo la necesidad de dormir) aumentan, que es una o dos horas antes de ir a la cama, esto suprime la secreción de insulina del páncreas, lo cual dificulta la regulación de los niveles de azúcar en el cuerpo. Con el tiempo, si los niveles de azúcar en la sangre se elevan con frecuencia por estas cenas abundantes durante la noche, puede aumentar el riesgo de desarrollar hipertensión, inflamación crónica, obesidad y diabetes tipo 2.Por si fuera poco, las investigaciones también sugieren que consumir comidas abundantes por la noche puede aumentar la actividad de ciertas vías metabólicas que conducen al almacenamiento de grasa mientras duermes.Curiosamente, en muchos países esto se lleva a cabo de forma contraria. Por ejemplo, en Estados Unidos muchas personas cenan de manera abundante y casi no desayunan, quizá por cuestiones de tiempo, siendo la cena el único momento en que realmente pueden prepararse un platillo más complejo, incluso si se aconseja cenar algo ligero y equilibrado, además de hacerlo dos horas antes de acostarse.
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Autor: María González